TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
EMBLEMAS DEL CORAZÓN
DE JESÚS: EMBLEMAS DEL AMOR
El fuego que arde en
el Corazón del Hombre-Dios es símbolo de aquel AMOR INMENSO E INCOMPRENSIBLE a
su Padre celestial en que se abrasaba, y es foco sobrenatural de todos los
demás amores. Pero ¡qué devorador era este fuego! La caridad de los ángeles, la
de los serafines, incluso la de la bienaventurada Virgen María, no pueden
darnos de ello ni una ligera idea. En las criaturas era el amor como diminutas
centellas; en el Verbo encarnado era hoguera infinita de amor divino.
Este
amor no tenía a Dios por único objeto: también se extendía a todas las almas,
imágenes vivas suyas. Las llamas que contemplamos alrededor del Sagrado Corazón
representan la ARDIENTE CARIDAD del Salvador para con nosotros. Y así como el
fuego devora cuanto sujetamos a su acción, así también el amor de Jesús supo
vencer todas las dificultades para lograr nuestra salvación. Jamás retrocedió
ante el sacrificio; los oprobios, los tormentos, la muerte más cruel no
lograron detenerle en la obra de la Redención.
¡El
exceso del amor lo llevó al exceso del dolor! Amor simbolizado por la Cruz,
devorada por las llamas de la caridad. Jesús amó el dolor, porque amaba a las
almas. Por eso dijo un día: “Con bautismo de sangre tengo de ser bautizado,
¡oh!, ¡y cómo traigo en prensa el corazón mientras que no lo vea cumplido!
(Luc. 12, 50).” Estos eran los anhelos del Señor; así suspiraba por la Cruz.
Por eso fue su vida un continuo tormento, sobre todo un tormento interior que
lo consumía.
¡Oh Jesús! ¿Quién podrá
explicarnos tu caridad sin límites? ¿Quién nos hará imitarla, de no ser tú?
Concédeme una centellita del fuego de amor en que arde tu Corazón por el Padre
celestial y por las almas, con tu sangre preciosísima redimidas. Para mejor
disponerme a este amor, te ruego me infundas valor para sacrificar mis gustos.
Para lograrlo, quiero consagrarte: 1º mi ESPÍRITU, que, empapado de tus
máximas, desprecie los bienes terrenales; 2º mi CORAZÓN, que de ahora en adelante
no se apegue a nada que no seas tú; 3º mi VOLUNTAD, cuyo único deseo, cuya
única ocupación será obedecerte y servirte en la persona de mi prójimo, a pesar
de las antipatías y repugnancias.
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