VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PENTECOSTÉS


                            EL SAGRADO CORAZÓN

El Corazón de Jesús es el Corazón del Verbo encarnado, de la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Imagen consubstancial del Padre según su divinidad, el Salvador posee en sí TODAS LAS PERFECCIONES. Es dulce, paciente, generoso y caritativo, no a la manera de los santos, sino en grado eminente. “En él, dice el Apóstol, están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col. 2, 3).”

Semejante corazón es digno de TODO NUESTRO AMOR. Amamos a las criaturas cuando en ellas encontramos reunidas la nobleza, la grandeza, la bondad, la fortuna, la generosidad. ¡Cuánto más debemos amar al Creador mismo, que posee en grado infinito todas esas cualidades, de las que él mismo es fuente inagotable! Al amar lo terreno ponemos el afecto en una sombra vana y pasajera; ¿por qué en lugar de esto no nos unimos a la belleza increada que permanece eternamente y que puede hacernos por siempre dichosos? Dejémonos, pues, arrebatar, como los ángeles y los santos, de los encantos inefables del Corazón de nuestro Dios.
                           
¡Y qué ilimitada CONFIANZA debe inspirarnos el sagrado Corazón! Es el Corazón de Cristo, Jefe de la humanidad regenerada. De él procede la vida de la Iglesia y de las almas, y en él se encuentran reunidas todas las gracias de la Redención. Él mismo es la causa meritoria de ellas, y de él se escapan raudales de gracia, que llevan a las almas vida y esperanza. ¡Con qué misericordia purifica a los pecadores! ¡Con cuánta ternura ilumina, fortifica, consuela a los justos y les concede los auxilios necesarios para progresar en la virtud! No en vano quiso Jesús llamarse nuestro Hermano, y por interés fraterno no quiere que los suyos carezcan de nada. Cuando el Faraón hizo a José virrey de la tierra de Egipto, éste dio a su padre y hermanos en posesión la más fértil región de aquel país (Gen. 47, 11).” Jesús, infinitamente más generoso, HA PROMETIDO sus gracias a todos los que le invocan: “Todo aquel que pide, recibe, y quien busca, halla (Luc. 11, 10).” Por estas palabras no exceptuó a nadie de recibir sus dones, ni aun a los mayores culpables. ¡Cuán numerosos serán, pues, los beneficios que prodigará a sus amigos!
Acudamos, pues, llenos de confianza al Corazón de TAN BUEN MAESTRO. Expongámosle nuestras necesidades. Si tenemos heridas por cicatrizar, mostrémoselas; él las lavará en su Sangre divina. Si somos débiles, pidámosle que reanime nuestras fuerzas. Si somos pobres y carecemos de bienes espirituales, si nos atormenta la aridez, si estamos distraídos durante la oración, a pesar de cuantos esfuerzos hacemos para recogernos, imploremos humildemente su ayuda divina y digámosle: ¡Oh Jesús, que eres la Resurrección y la Vida, ilumina mi espíritu, purifica mi corazón, reanima mi valor, infúndeme tus sentimientos y hazme vivir constantemente en ti, de ti y para ti!

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