VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
ABNEGACIÓN
DEL CORAZÓN DE JESÚS
La abnegación se demuestra
por la GRANDEZA DE LOS SACRIFICIOS que se realizan en interés del prójimo. El
rico que da sus bienes, practica, sin duda, la caridad; pero mucho mejor la
practicaría si se consagrara ÉL MISMO al servicio de sus semejantes. El Verbo
eterno no solo quiso enviarnos sus luces, gracias, profetas y servidores, sino
que él mismo en persona emprendió la obra de la salvación del género humano.
Infinitamente noble e infinitamente rico, se dignó descender hasta el abismo de
nuestra nada y hacerse el más pobre de todos, viéndosele carecer hasta de lo
necesario en Belén y en Egipto y ganar en Nazaret el pan de cada día con el
sudor de su frente, ¡el, Rey de la gloria, dueño de todos los tesoros del
cielo!
La abnegación del Corazón de Jesús
llegó hasta el extremo de querer cargar él mismo con el peso de nuestras
iniquidades y EXPIARLAS en lugar nuestro. Su vida se deslizó en un continuo
martirio: todos éramos culpables, y su Corazón era la Víctima inmolada siempre
por nuestra salvación. Llegó el tiempo de LA PASIÓN. No dudó y se entregó por
nosotros al furor de sus enemigos. Ultrajado. Escarnecido, flagelado, coronado
de espinas, se abrazó con la cruz, instrumento de su suplicio, y la llevó hasta
el Calvario, dejándose enclavar en ella para morir de muerte infamante. He aquí
cómo Dios se vengó de nuestras ofensas y tomó sobre si el castigo que nos era
debido. ¡Qué abnegación la suya tan sin igual, y cómo sobrepasa a cuanto
humanamente pudiera concebirse!
El Corazón de
Jesús puso el colmo a su generosidad al PERPETUARLA entre nosotros. Fundó la
Iglesia, haciéndola depositaria de su doctrina divina, de sus sacramentos, de
su sacrifico, y se encadenó a nuestro destierro por el más grande de todos los
prodigios. Cada día, a cada hora y a cada instante, en cualquier lugar del
mundo, vuelve a inmolarse por nosotros, porque no existe región alguna de la
tierra, ni tampoco existe momento, en que no renueve a favor nuestro la
oblación de su sangriento sacrifico mediante el sacrifico místico de los
altares. ¡Inefable caridad divina, que debiera romper el hielo de nuestros
corazones y romper nuestro frío egoísmo, tan opuesto al renunciamiento!
¡Oh generosa
ternura del Corazón de Jesús!, destruye todo lo que me impide amarte a ti solo;
sobre todo, destruye el amor hacia mí mismo, ese enemigo del sufrimiento, de la
incomodidad, de las fatigas, cuando se trata de OBEDECER, o de AYUDARTE en la
persona del prójimo. Hazme dulce, amable, siempre dispuesto a consolar a los
afligidos, a compadecerme de las flaquezas de los demás, a olvidar las
injurias, a ejercitar la misericordia y a practicar la caridad. Tomo las
siguientes RESOLUCIONES, que espero poder cumplir con tu gracia divina: 1ª
ahogar las quejas, no murmurar y vencer la rebeldía de la naturaleza cuando
reclame mis servicios el bien del prójimo; 2ª sentirme tanto más feliz cuanto
el acto de abnegación sea más penoso o más contrario a mis gustos.
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