VIERNES INFRAOCTAVA DEL CORPUS


LA DIVINA EUCARISTÍA, FUENTE DE LAS GRACIAS

El gran tormento del CORAZÓN HUMANO es la sed de vida, de placeres, de gloria, de reposo, de riquezas y de inmortalidad. Imposible que el mundo pueda saciar esta sed; la excita en vez de apagarla. El alma, creada para el cielo, no ha perdido, a pesar de su caída, la conciencia de sus grandes destinos. La tierra no puede satisfacerle plenamente. Por eso el Verbo encarnado nos trajo del cielo bienes proporcionados a nuestras aspiraciones.

Figurémonos al Salvador sentado junto al POZO DE JACOB y diciendo a la Samaritana: “¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber! (Juan 4, 10).” Este don de Dios es el don de la gracia, y quien nos habla es Jesús en la Eucaristía. Escuchemos lo que nos dice: “Si alguno tiene sed de sabiduría de santidad, de alegría, venga a mí y beba (Juan 7, 37).” “Quien bebiere del agua que yo le daré, nunca jamás volverá a tener sed (Juan 4, 13).”

En efecto, el alma, por la sagrada Comunión, queda como embriagada de la divinidad, ya no sabe querer ni desear nada que no sea Dios, y todo en ella aspira a la vida celestial. Sus actos interiores la encumbran a la altura de los ángeles y la hacen capaz de gozar algún día con ellos de la eterna bienaventuranza.

Jesús compara la gracia con el agua: 1º porque nos PURIFICA de nuestras faltas; 2º porque APAGA en nosotros el fuego de los malos deseos; 3º porque nos HACE CRECER en méritos y en virtudes; 4º porque en cierta manera REFRESCA nuestra alma con los consuelos divinos; 5º porque sacia nuestra SED de paz interior y de felicidad. Siendo éstos los preciosísimos EFECTOS de la gracia y de la Eucaristía, fuente de la misma.
Vayamos, pues, a este nuevo pozo de Jacob con  un ardor igual al de la Samaritana, y calmemos diariamente la sed en sus aguas corrientes, que apagarán el fuego de las pasiones y saciarán los deseos de nuestros corazones. Pero no nos olvidemos de que la gracia exige el sacrificio y nos pide que seamos FIELES Y VIGILANTES. EXAMINÉMONOS, pues, y veamos si después de haber visitado a Jesús en el Santísimo Sacramento, o después de haber recibido la sagrada Eucaristía, progresamos en el camino de la virtud y somos más recatados, más recogidos interiormente, más cuidadosos de dominar el carácter y las malas inclinaciones; más dóciles, mansos, condescendientes para con todos.
¡Oh Dios mío! ¡Cuán lejos estoy de sacar tal provecho de la divina Eucaristía! ¡Dígnate cambiar las disposiciones de mi alma, inspírame más fervor en las Comuniones, más espíritu de fe mientras asisto al santo sacrificio de la Misa y más devoción en mis visitas al Santísimo Sacramento. Hazme fiel y vigilante: VIGILANTE, para mejor ordenar mi vida interior y permanecer siempre unido a ti; FIEL, para evitar lo que pueda disgustarte y obedecer en todo a los divinos impulsos de tu gracia.

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