10 Septiembre

 

DE LA MORTIFICACIÓN EN GENERAL

El cuerpo no mortificado, dice San Alfonso, fácilmente se rebela contra el alma e impide su espiritual progreso. Por el contrario, no existe medio mejor para SUJETAR LA CARNE AL ESPÍRITU que el ejercicio de la penitencia y de la mortificación. “Si oís a alguno, decía San Juan de la Cruz, que no concede valor a la mortificación externa, no le creáis, aunque hiciere milagros.”

Esta mortificación externa que practicaron los santos inspirados por el Espíritu de Dios, no solamente disminuye en nosotros el fuego de la concupiscencia, sino que también nos ayuda eficacísimamente a EXPIAR NUESTROS PECADOS; después del perdón obtenido por la absolución sacramental, tenemos, por lo general, que pagar la deuda de las penas temporales que reclama la justicia divina. La deuda habremos de saldarla en esta vida o en la otra. Si demoramos su pago hasta la vida futura, tendremos que satisfacer a una justicia inflexible, que exigirá, sin aumento de méritos por nuestra parte, hasta el último céntimo y nos hará expiar la más mínima culpa y  hasta una palabra inútil. Por el contrario, si por la penitencia, la templanza y la modestia procuramos merecer en este mundo la misericordia del Padre celestial, el Juez divino se conformará con penas más ligeras e incluso las hará meritorias para la vida eterna. ¡Oh cuántos bienes en este mundo, y aún más en el otro, traerá consigo para nosotros la mortificación del cuerpo y de los sentidos!

Practiquemos, por tanto, esta virtud: 

1º ABRAZÁNDONOS con el trabajo, las fatigas, las enfermedades, los dolores y las privaciones; 

2º, mortificándonos en palabras, miradas y gustos. –San Felipe Neri censuraba a algunos de sus discípulos que tenían la costumbre de comer entre horas, y dijo a uno de ellos: “Si no te corriges de este defecto, jamás llegarás a ser hombre espiritual.” En efecto, la vida de los sentidos está en oposición con la vida interior, y los gustos que damos al cuerpo son como heridas inferidas al alma.

¡Oh Dios mío!, me arrepiento de haber descuidado tanto VIGILAR mis miradas, mortificar mis gustos, lengua y sensualidad. Concédeme valor para SOPORTAR por tu amor el hambre, la sed, el calor, el frío. Hazme HUIR de todo refinamiento en la comida y en el vestido. Hazme huir también de la excesiva comodidad, para así pertenecer más cada día a Jesús crucificado, tu Hijo adorable.

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