11 de Septiembre
NECESIDAD DE LA MORTIFICACIÓN INTERIOR
Sin la mortificación interior, decía
el Padre Baltasar Álvarez, la ORACIÓN es ilusión o dura poco tiempo. Es
ILUSIÓN, porque el fin principal de la meditación es reformar la vida y
corregir los defectos. DURA POCO TIEMPO, porque si no se reprimen los vicios y
calman las pasiones no se puede vivir en recogimiento ni conversar
constantemente con Dios.Si quieres, pues, conseguir el objeto de la oración y
perseverar en tan importante práctica, refrenemos la curiosidad, el deseo de
hablar, y luchemos contra la disipación y el espíritu mundano, siempre tan
ávido de noticias, de placeres y de distracciones.
Sin el
trabajo que supone la abnegación, no solo la meditación, sino también el AMOR
DIVINO serían en nuestra alma palabras huecas, sin significado alguno ni valor;
solo serán realidad cuando nos decidamos a renunciarnos a nosotros mismos para
obedecer a Dios. Cuanto más quitemos al amor propio más daremos al amor de
Dios. Por eso decía San Francisco de Borja: “La oración introduce la caridad
divina en los corazones, pero es la mortificación la que en ellos le preparó el
sitio.” No es suficiente, cuando queremos demostrar amor al Señor, decirle con
nuestros labios cuánto le amamos, ni aun confirmar nuestras palabras con
trabajos y austeridades a nuestro gusto, sino que hemos de probárselo,
corrigiéndonos además de cualquier defecto que manche el alma e impida que la
voluntad divina reine perfectamente sobre nuestra propia voluntad.
Sin esta
mortificación del corazón, la SANTIDAD es una hipocresía más o menos peligrosa
y culpable. Las prácticas interiores son la corteza de la perfección, el
renunciamiento es el trabajo interior, que quita lo que impide la acción de la
savia que es la gracia, y contribuye de este modo a que se multipliquen y
sazonen los frutos o virtudes. ¿Por qué son tan pocas las almas piadosas que
llegan a alcanzar sólida perfección? Es, responde San Ignacio, porque hay
también muy pocas entre ellas que tengan valor para vencerse totalmente. La
mayoría de estas almas se esfuerzan en practicar las virtudes, pero sin
arrancar de raíz los vicios y tendencias contrarias que anidan en su corazón.
¡Oh Dios
mío!, ¡qué poco me estudio a mí mismo, para conocer mis defectos y poderme
corregir de ellos! Haz que examine mis pensamientos, intenciones, deseos, temores,
rencores, para descubrir qué cosa he de arrancar de mi alma, para dar cabida en
ella tu amor. Infunde en mí gusto por el recogimiento y la oración, concédeme
vehemente deseo de amarte sin reservas; haz que tome la firme resolución de
buscarte con rectitud desde lo más íntimo de mi ser con toda mi voluntad.
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