14 Septiembre
LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
Durante su agonía en el Calvario, el
Redentor parecía el más débil de todos los mortales, que sucumbía víctima del
odio de sus enemigos. Pero en aquella hora suprema el madero sobre el cual
expiraba se convertía en el instrumento misterioso de su PODER, de este poder
que había de triunfar de la muerte, del pecado y del infierno, que calmaba las
iras de la justicia divina, que reconciliaba el cielo con la tierra y nos abría
las puertas de la eterna bienaventuranza. Jesús, además se valió de la cruz
para realizar sus CONQUISTAS de almas. “La predicación de la Cruz, como decía
San Pablo (1 Cor. 1, 18) se oyó por todo el universo y fue más penetrante que
cualquier espada de dos filos (Hebr. 4, 12)”, porque separó en el mundo la
virtud del vicio y la generación casta, paciente e iluminada, de la raza
impura, cruel e idólatra, y estableció entre las naciones el reinado espiritual
de Cristo.
Luego, todos los que practican las enseñanzas del divino Maestro son discípulos y soldados de la cruz, y marchan encuadrados bajo su bandera aquellos que entienden estas palabras de su Jefe: “Si alguno quiere venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, lleve su cruz de cada día y sígame (Luc. 9, 23).” Y cuán felices serán si obedeciendo a esta máxima, a este llamamiento a filas, a este grito de guerra, triunfan hasta el fin de sus pasiones, sufren con paciencia las penalidades de la vida y caminan tras las huellas del Salvador por las sendas de la virtud. Un día serán colocados entre los escogidos que compondrán la guardia del Rey de la Gloria, cuando vuelva a aparecer sobre las nubes del cielo, llevando la Cruz como cetro de poder, para juzgar a los vivos y a los muertos. Entonces, cuando los pecadores y los enemigos del nombre cristiano le contemplen, prorrumpirán en gritos de desesperación, mientras que los discípulos de Jesús crucificado se estremecerán de amor y de alegría.
¿Queremos ser
de estos últimos? Veamos si la Cruz o el misterio de nuestra Redención no es
para nosotros motivo de escándalo o locura, por lo menos en la PRÁCTICA. ¿No
hacemos acaso todo cuanto depende de nosotros para evitar el sufrimiento? Y
cuando el Señor nos prueba, ¿no nos desatamos en quejas, impaciencias y
murmuraciones? ¡Oh qué cobardes son estos soldados de la Cruz, que ni siquiera
saben soportar silenciosamente y con tranquilidad las penas inherentes a sus
deberes de estado!
¡Oh Jesús!,
haz que desde ahora medite el gran misterio de tus sufrimientos. Quiero
aprender en él a soportar y a amar las contrariedades de todos los días. Con
esta intención haré el Vía-Crucis, uniendo mi corazón a tu Corazón sacratísimo
y al de tu Madre, para aceptar por anticipado y abrazar con generosidad las
pruebas y amarguras que me reserve el porvenir.
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