16 de Septiembre

 

EL ÁRBOL DE LA CRUZ

Sintiéndose un día penetrado de grandes sentimientos de humildad y confianza, San Juan Silenciario hizo un agujerito en la roca viva en la que estaba edificada su celda, y puso en ella unas simientes de higuera, diciendo: “Reconoceré que Dios quiere cubrirme con su MISERCORDIA si se digna hacer germinar esta semilla.” Algún tiempo después, una hermosísima higuera milagrosamente crecida en la roca cubrió con su follaje toda la celda del santo y le brindó sus frutos. Entonces, llorando de alegría el feliz anacoreta, comprendió por esta señal que la misericordia divina descansaba sobre él.

Nosotros, que hemos visto levantarse de la roca del Calvario el árbol ensangrentado de la Cruz como prenda de PERDÓN, no podemos dudar de la remisión de nuestras faltas, si de verdad nos arrepentimos de ellas. Desterremos, por tanto, de nuestro corazón todo sentimiento de desconfianza al contemplar este sagrado madero, porque gracias a él la misericordia del Señor se ha confirmado en nosotros.

Como los israelitas no podían soportar la amargura de las aguas de Mara, Moisés, por orden del Señor, echó en ellas unas ramas de cierto árbol del país, y las aguas entonces se endulzaron y se hicieron potables (Ex. 15, 23-23). ¡Cuántas veces las TRIBULACIONES que caen sobre nosotros nos hacen la vida amarga e insoportable! En vez de descorazonarnos por ello, cortemos ramas del árbol en que Jesús quiso morir, es decir, levantemos hacia la Cruz nuestros ojos y recordemos la bondad, la paciencia y los sufrimientos del Salvador, y pronto pensaremos que son nuestras penas pruebas de su inmensa ternura y regalos de su amor.

La desgraciada Eva, al mirar el árbol de la ciencia del bien y del mal y probar su fruto desobedeciendo al precepto de Dios, nos precipitó en el abismo de todos los males. Nosotros, por el contrario, hallaremos TODOS LOS BIENES al contemplar a Jesús en la Cruz, pidiéndole las gracias que de sus méritos dimanan y que habrán de santificarnos. Él mismo nos dio ejemplo de todas las virtudes y nos ayuda a practicarlas cuando se lo pedimos confiada y perseverantemente.

¡Oh Jesús crucificado!, quiero meditar con frecuencia tu dolorosa Pasión, porque en ti espero encontrar el PERDÓN de mis pecados, la RESIGNACIÓN que necesito para soportar las pruebas y el VALOR para trabajar eficazmente en la obra de mi SANTIFICACIÓN. En estas disposiciones encontraré mi contento, descansando a la sombra de tu Cruz, donde podré saborear por la meditación los frutos exquisitos de misericordia que PURIFIQUEN mi alma, la FORTIFIQUEN y la hagan RICA en virtudes.

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