19 DE SETIEMBRE
DEVOCIÓN AL CRUCIFIJO.
¡Dios mío, Majestad soberana! ¡Cómo
podremos comprender la gravedad y extensión del desastre del pecado en toda la
creación? Arruinó a millones de ÁNGELES convertidos en demonios y precipitados
del cielo a los abismos del infierno, de la gloria a la ignominia y de las
delicias sin fin a los suplicios eternos. El HOMBRE después del pecado
original, fue reducido a los últimos extremos, porque, arrojado del Paraíso
terrenal después de su prevaricación, Adán fue condenado con su raza entera a
sufrir toda clase de males, sin excluir la muerte, y desde hace seis mil años
se ejecuta esta aterradora a la par que justa sentencia.
Pero la
terrible sentencia que más debiera hacernos temblar al recuerdo de nuestras
iniquidades es la sentencia pronunciada por Pilato, o más bien por la justicia
divina, contra el Rey de la gloria. El pensar que Jesús, por mis culpas, fue
condenado a muerte, me entristece más que la caída de todas las legiones
angélicas y me deja más consternado que si viera al género humano condenado a
sufrir toda clase de plagas y calamidades. Porque nada existe ni más grande, ni
más perfecto, ni más excelente que Dios, y, sin embargo este Dios tres veces
Santo fue enclavado en un patíbulo de ignominia por nuestros pecados.
Espectáculo inconcebible que debía penetrarnos para siempre de sentimientos de
horror hacia nuestras rebeldías contra la Majestad divina.
El impío se
atreve a preguntar si es justo castigar el crimen DE UN INSTANTE CON CASTIGOS
ETERNOS. Y el crucifijo responde: “Si tan solo la sombra del pecado colmó de
dolores a la Bondad increada, encarnada entre los hombres, ¿qué no mereceremos
nosotros, que siendo la misma nada osamos pisotear la grandeza infinita?
Nuestro justo castigo, necesariamente limitado en su intensidad, no debe tener
límites EN SU DURACIÓN. -¡Con cuánta claridad vemos la malicia del pecado
cuando lo consideramos ante el divino Crucificado!
¡Oh Jesús,
Salvador mío!, yo debía, al recordar mis ofensas, sentir el corazón traspasado
de dolores, sobre todo al verte clavado en la Cruz, como el último de los
criminales. Si me siento aterrado al pensar que los príncipes de las milicias
angélicas fueron precipitados del cielo a los abismos del infierno por haber
cometido con el pensamiento un solo pecado de orgullo, si me estremezco de
horror al considerar las plagas que durante más de sesenta siglos viene
padeciendo el género humano por una sola desobediencia, ¡cuánta mayor impresión
debiera causar en mí el espectáculo del Creador muriendo por sus culpables
criaturas! Concédeme, pues, oh Jesús, verdadero dolor de mis pecados y vivo
arrepentimiento de haberte ofendido a ti, que eres Bondad infinita, habiendo
así contribuido tan cruelmente a los sufrimientos e ignominias de tu
Crucifixión. Infúndeme valor para reparar el pasado, prefiriendo antes morir
que tener la desgracia de disgustarte, y esforzándome para aumentar diariamente
en mí tu amistad, que es vida, nobleza, belleza, riqueza y salvación de mi
alma.
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