20 DE SETIEMBRE
EL CRUCIFIJO, FUENTE DE GRACIAS.
La piscina probática que existía en
Jerusalén, de la cual habla San Juan en su Evangelio (Juan 5, 2-5), fue mandada
construir por Salomón para uso del Templo y es símbolo de la Redención obrada
sobre el Calvario por la Sabiduría encarnada, a favor de la Iglesia y en
provecho de todo el género humano. Esta piscina, llamada en hebreo Betsaida,
tenía CINCO PÓRTICOS, donde yacía gran muchedumbre de enfermos, ciegos, cojos y
paralíticos. Estos cinco pórticos nos recuerdan, dice Santo Tomás, las CINCO
LLAGAS de nuestro divino Redentor, en las que encuentran salud tantos enfermos
espirituales, atacados de la lepra del pecado, en las que tantos ciegos e
INCRÉDULOS, en virtud de la sangre de Cristo, abren sus ojos a la luz del
Evangelio, y tantos cojos o INCONSTANTES en el camino del bien afirman para
siempre sus pasos al meditar la Pasión, y tantos paralíticos o ALMAS TIBIAS, al
emplear los mismos medios, recobran de nuevo el vigor, o sea, su perdido
fervor.
Para ser
curado en la probática piscina era necesario que el enfermo esperase a que
descendiera del cielo el ángel del Señor que agitaba las aguas. Sin embargo, en
el Calvario, a CUALQUIER hora todos alcanzamos nuestra espiritual salud si nos
acercamos a las llagas de Jesús con fe, confianza, oración y corazón contrito y
humillado. “¿Estáis heridos o enfermos?, pregunta San Ambrosio; aquí está
Jesús, dispuesto a sanaros con su sangre preciosísima; ¿padecéis la fiebre de
las inclinaciones viciosas? Jesús en la fuente que refresca contra los funestos
ardores de la concupiscencia.”
Vayamos, por
tanto, a beber a grandes sorbos en sus heridas divinas. En ellas podremos
calmar la sed de saber, de gozar y de amar. La doctrina del Salvador, sellada
con su sangre, es la única que puede satisfacer nuestra inteligencia; su gracia
divina, comprada para nosotros a tan alto precio, puede llenar como nada en el
mundo todas nuestras aspiraciones, y el ejemplo de las virtudes practicadas por
él en medio de los sufrimientos nos animará a amarle y abnegarnos por la gloria
del Padre celestial y por la felicidad eterna de las almas.
¡Oh Jesús
crucificado! Quiero besar con amor TODAS LAS MAÑANAS tu santa imagen,
prometiéndote al mismo tiempo llevar con generosidad la cruz de cada día. Haz
que durante mis OCUPACIONES dirija la vista con frecuencia a tus llagas
sagradas, para confirma en ellas mi valor y ofrecerte penas y dificultades. POR
LA NOCHE, después de hacer el examen de conciencia al pie de la Cruz, quiero
prepararme a la muerte para poder siempre, vivo o muerto, participar de las gracias
que brotan sin cesar abundantísimamente de tus amantes heridas.
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