21 DE SETIEMBRE

 

SAN MATEO, APÓSTOL Y EVANGELISTA

Admiremos a este publicano, recaudador de impuestos de los romanos, y; por ende, a causa de su profesión, aborrecido por los judíos. Estaba sentado ante su mesa, cuando un día pasó Jesús cerca de él, y mirándole con misericordia, le dijo: “Sígueme.” Entonces, sin más palabras, Mateo se levantó y siguió al Salvador. ¡Qué PRONTITUD de obediencia! No se paró a pensar, ni pidió tiempo, ni exigió milagros. Negocios, riquezas, parientes no le impideron obedecer al momento.

Sin duda, una luz interior, una gracia secreta, le conmovió fuertemente. ¡Y cuántas veces TAMBIÉN nos sentimos nosotros iluminados e impulsados a seguir las inspiraciones de Dios! A veces el Señor nos reprocha nuestras faltas de discreción, de compostura, de paciencia, de dulzura, de afabilidad; a veces nos pide que sacrifiquemos cierto defecto o ciertas palabras que pudieran dañar al prójimo o a nosotros mismos, y no queremos escuchar su voz. San Mateo hubo de prescindir del amor propio, desafiar los respetos humanos, renunciar a sus esperanzas de enriquecer, y nosotros, a pesar de que no tenemos tan grandes obstáculos, estamos, desgraciadamente, muy lejos de poseer su perfecta docilidad.

Después de Pentecostés, este mismo apóstol, siempre dispuesto a DEJARSE DIRIGIR, abandonó Judea, guiado por el Espíritu de Jesús, atravesó Egipto y llegó hasta Etiopía. Allí predicó el Evangelio y soportó toda clase de fatigas, siempre fiel a su divina misión. Nada en este mundo debiera tampoco detenernos cuando se trata de cumplir un deber o la voluntad santísima de Dios.

¡Soberano Señor! ¡Cuántas veces por tedio, aridez o repugnancia me sustraigo a la obediencia de mis superiores, creyendo seguir así tus inspiraciones, pero dando preferencia a mi voluntad despreciable en lugar de dársela a tus adorables preceptos. Por los méritos de Jesús, de María y de San Mateo hazme triunfar de mis resistencias y haz que ahogue quejas y murmuraciones para abrazarme con amor a los sacrificios y deberes impuestos por la obediencia. Quiero desde ahora recordar con frecuencia el ejemplo de Jesús crucificado y sometido a sus verdugos. Y quiero buscar en la unión de mi alma contigo la entera abnegación de mi propia voluntad.

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