23 DE SETIEMBRE

 

EL EDIFICIO DE LA PERFECCIÓN.

Antes de construir una casa, un templo, un palacio, se prepara el terreno, se echan los cimientos y se buscan los materiales más resistentes para dar al edificio muy sólida base. Así debemos también nosotros construir espiritualmente: preparar el terreno es desterrar del corazón, con la ayuda de un santo TEMOR DE DIOS, los afectos mundanos y los respetos humanos. Los cimientos se echan por medio de la HUMILDAD. El material más resistente para que nuestro edificio tenga sólida base es la FE, que proporciona además todo lo necesario para el progreso espiritual. Por tanto, solo nos queda levantar las murallas del templo interior, al practicar las virtudes.

Y estas virtudes, ¿de qué manera podremos consolidarlas? Con ayuda de la meditación, de la oración y del renunciamiento de nosotros mismo. AL MEDITAR las verdades eternas y los misterios de salvación, nos sentiremos inclinados a orar o a pedir las luces y los auxilios necesarios para nuestra santificación. La ORACIÓN nos alcanzará gracias que nos iluminarán acerca de nuestros defectos, malas inclinaciones y perversos instintos, tan contrarios a las máximas del Evangelio. Así comprenderemos que la ABNEGACIÓN nos es imprescindible y querremos practicarla para ejercitar las virtudes contrarias a nuestros vicios.

En este plan que debemos seguir para construir nuestro edificio espiritual. ¿No queremos a veces levantarlo sobre las ARENAS movedizas de la ligereza, es decir, nuestra falta de seriedad en las oraciones y en los ejercicios de renunciamiento? A veces tenemos demasiada buena opinión de nosotros mismos, y nos ponemos a gozar de la tranquilidad presente sin pensar en las pruebas que nos reserva el porvenir. Esto es también edificar sobre arena, como dijo el divino Maestro, porque así preparamos funestas ruinas para cuando lleguen las lluvias, las tormentas, el huracán de los reveses, de las persecuciones y de los combates interiores, promovidos por el mundo y el infierno y la carne. Seamos desde ahora más prudentes, edifiquemos para Dios dentro de nosotros mismos un sólido santuario, levantado sobre la ROCA, como dice el Evangelio. Esta roca no es sino la humildad profunda, la fe viva en las verdades reveladas, la mortificación incesante y la constante oración. Así estaremos preparados para la lucha, para los empleos, para los trabajos y para los sufrimientos, que quizá exigirán más tarde de nosotros consumada perfección y a veces hasta heroica. Desgraciados de nosotros si por culpa nuestra, cuando llegue la hora de demostrarlo, no estamos a la altura de nuestras obligaciones y no  sabemos resisitr a las tentaciones ni soportar la adversidad.

¡Dios mío! Solo el pensamiento de lo que habré de sufrir en la enfermedad postrera y en la agonía debía decidirme a consolidar en mí tu amor por todos los medios que están a mi alcance. Concédeme la gracia de meditar con frecuencia en Jesús crucificado y en su Madre divina, junto a él, al pie de la Cruz. Esta meditación me animará a trabajar sin tregua en la obra de mi sólida santificación, sirviéndome también para ello de la ayuda eficacísima de la reflexión, la oración y el renunciamiento constante de mí mismo y de todo lo creado.

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