27 DE SETIEMBRE
EL ALMA ES JARDÍN DE DIOS
“El alma, hermana mía, dice el divino
Redentor, que me está unida por vínculos de parentesco espiritual y que por la
GRACIA HABITUAL participa de mi sabiduría, de mi santidad y de mi misma
naturaleza divina; esta alma, esposa mía por la inocencia y el amor, es mi
vergel cerrado para el mundo y para el pecado. Desde el bautismo hice de ella
mi lugar de delicias, la enriquecí con dones celestiales y la adorné con flores
de toda clase de virtudes. Por eso quiero que sea mía exclusivamente, por eso
quiero que me esté totalmente guardada.”
Jesús reclama
para sí solo el jardín de nuestra alma, y tiene razón de hacerlo, porque posee
sobre ella DERECHOS imprescriptibles, absolutos y eternos, ya que la creó con
su aliento y la redimió con su sangre infinitamente preciosa. Además, en el día
del bautismo prometimos pertenecerle para siempre; por tanto, habremos de
pertenecerle de tal modo, que ni uno solo de nuestros pensamientos y afectos,
ni una sola de nuestras intenciones podamos apropiarnos sin cometer una rapiña.
Sin embargo, ¡cuántas veces hemos entregado la inteligencia, el corazón y toda
el alma a los enemigos de Jesús, que la asolaron completamente.
¡Oh adorable
Salvador mío! Profundamente afligido por haberte con tanta frecuencia ofendido,
al no reconocer tus derechos sagrados sobre mi corazón y al profanarle con
apegos culpables o extraños a tu amor, vuelvo a ti arrepentido, para
consagrarte de nuevo a TI SOLO el dominio de mi alma, rogándote que lo aceptes
y te posesiones de ella por completo. “¡Oh aquilón, viento frío y pernicioso de
los afectos terrenos!, huye lejos de mi y ven tú, por el contrario, suave soplo
del Espíritu Santo, soplo de amor ardiente que brota del Corazón de Jesús;
reina tú solo en mi alma, ya que Jesús la escogió para ser su Jardín de
delicias (San Alfonso: Aspiraciones).”
¡Oh divino
Redentor mío! Enséñame lo que te disgusta de mis sentimientos y conducta. ¿Es
quizá la tibieza, la inconstancia? ¿Acaso la propia estimación, la vanidad, la
disipación, el apego a las cosas terrenas? ¿Tal vez la desconfianza, el
desaliento, la falta de fidelidad en corresponder a tus gracias? Habla, Señor,
porque estoy dispuesto a arrancar de mi corazón todo lo que no te agrade.
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