4 DE SETIEMBRE
REMEDIOS PARA EL ALMA
Los enfermos
que querían ser curados por Cristo y con ese objeto se acercaban a él durante
su vida mortal, cuando las enfermedades que padecían no estaban a la vista,
seguramente le EXPLICARÍAN sus males para que los sanase. Esto mismo tenemos
que hacer nosotros con nuestro director espiritual: a él, como si fuera el
mismo Jesús, hemos de contarle las dolencias que afligen nuestra alma. Esto es
también lo que hacen los enfermos, con el médico; y si es necesario franquearse
con éste para obtener la curación de los males físicos, cuánto más necesario es
que obremos de esta manera para lograr la salud del alma, tan importante para
nosotros y que tanto necesita de la gracia que procede de la obediencia.
Es, por
tanto, preciso MANIFESTAR al confesor o director espiritual las faltas que
cometemos, las inclinaciones perversas del corazón y las tentaciones que nos
atormentan. Además hay que indicarle qué medios empleamos para corregirnos,
renunciarnos y vencernos; cuáles las gracias particulares que nos concede Dios,
bien para la oración, bien para la oración, bien para practicar ciertas
virtudes. Porque somos dirigidos como queremos serlo, es decir, según
expongamos mejor o peor el estado del alma a nuestro padre espiritual.
Solo hemos de
ESCUCHAR la voz de Jesús, que nos habla por labios de su representante, y
EJECUTAR lo que nos prescribe. Si cumplimos con estas condiciones, veremos
pronto cómo desaparecen las faltas frecuentes, la habitual cobardía, la funesta
inconstancia y ese descorazonamiento, tan de lamentar, que se apodera de
nosotros cuando consideramos nuestras miserias e imperfecciones. Los médicos
espirituales tienen sobre los médicos del cuerpo la inapreciable ventaja de
poseer remedios infalibles. Porque al obedecer a su autoridad, como se
obedecería a la de Dios, se transforman sus palabras humanas en palabras
divinas, que obran lo que significan en aquellos que las oyen con fe y las
ponen fielmente en práctica. No es, por tanto, posible que un alma dócil, por
entero sometida a la dirección espiritual, no encuentre en ello salud, progreso
y salvación.
Quizá somos
nosotros de esos espíritus PRESUNTUOSOS que quieren depender únicamente de su
propia razón, hasta cuando se trata de resolver asuntos de conciencia.
Recordemos que el divino Maestro dijo a sus mismos Apóstoles: “En verdad os
digo, que si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el
reino de los cielos (Mat. 18, 3).”
¡Dios mío! Te
ruego infundas en mi espíritu de RECTITUD y de SENCIELLEZ, para que pueda darme
a conocer a aquellos que en tu nombre me
dirigen. Haz que siga puntualmente en todo, no un día, sino todos los de mi
vida, los consejos que me dan para bien del alma. Dame fuerzas para vencer mis
malas inclinaciones, para reprimir mis defectos y cumplir, bajo tu DIRECCIÓN,
todos mis deberes y poder así recobrar por entero mi salud espiritual.
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