5 DE SETIEMBRE

 

EL PECADO MORTAL

 

Dios es en sí mismo infinitamente grande e infinitamente perfecto. Todas las criaturas debieran consagrarse sin reservas a darle gloria y rendirle eterno tributo de alabanzas y de acción de gracias. Sin embargo, el pecador hace justamente LO CONTRARIO. No quiere obedecer al Altísimo y se enfrenta de este modo con su autoridad y omnipotencia, que imperan en todo el universo; desprecia su justicia, ante la cual tiemblan los mismos demonios, y llega hasta ultrajar su Majestad soberana, que adoran todas las legiones angélicas. “Pasmaos, cielos, a vista de esto, exclama el Profeta, una nada impura y abyecta se atreve a insultar de frente al que podría en un instante reducirla a polvo y precipitarla con la rapidez del rayo al fondo de los abismos. Tiene la audacia de cometer en presencia de la Santidad infinita lo que le avergonzaría confesar al más vil de los esclavos. ¿No es esto portarse como si Dios no existiera y, por consiguiente, querer anular la divinidad?

Dios es uno, pero el pecador adora tantos ídolos como amores desordenados tiene. Dios es trino en personas, y el pecador reniega de cada una de ellas por su conducta insensata. Reniega del Padre al renunciar a su adopción; reniega del Hijo al crucificarle de nuevo; reniega del Espíritu Santo al ahogarle en su corazón. ¡Qué crimen tan aborrecible! Dios es Creador, Legislador, Rey, Padre y Bienhechor por excelencia; pero el pecador para nada tiene en cuenta estos títulos augustos y sagrados; y sin respetar las leyes divinas, profana el soberano dominio del Todopoderoso, se rebela abiertamente contra su poder real y contra su paternal bondad, y llega, en su ingratitud, hasta utilizar sus beneficios para infringirle el más sangriento de todos los ultrajes al atacar, como dice San Bernardo, su mima Esencia Divina.

¡Dios mío! Yo también con mis pecados he crucificado a tu Hijo adorable, causando, por tanto, un mal mucho más grande que la ruina de todo el universo. Me arrepiento de ello, Señor, con todo mi corazón. Por los méritos infinitos de Jesús y por la poderosa intercesión de María Santísima, Madre de misericordia, te ruego me concedas las siguientes gracias: 1ª recordar con frecuencia los motivos que tengo para aborrecer el pecado; 2ª, vigilarme a mí mismo y orar siempre, para así poder evitar hasta las faltas más pequeñas, cometidas con propósito deliberado.

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