6 DE SETIEMBRE

 

MALICIA DEL PECADO VENIAL

 

Es, sin duda, un grave daño herir al alma, obra maestra de Dios; pero ¿qué es este daño comparado con el que hacemos al HERIR A DIOS MISMO? Y a Dios le herimos por el pecado venial. Este pecado es una falta de respeto hacia la infinita Majestad del Creador, una ingratitud a su bondad sin límites, una resistencia a su gracia y a su voluntad, una desobediencia a su poder soberano, una injuria a sus adorables perfecciones, injuria pequeña si se compara con el pecado mortal, pero gravísima cuando se mide la distancia que existe entre el ofensor y el ofendido. La nada que se niega a someterse a los DESEOS de la grandeza infinita hace un daño mucho más digno de ser llorado que el daño que lloran los cortesanos cuando han desagradado a su rey, o que el que llora un hijo que ha disgustad a su padre.

 

Cuánto debiéramos temer el quebrantar UNA LEY del Todopoderoso, aunque tan solo fuera levemente. Porque nada de cuanto ordena un Dios tan grande puede ser pequeño. “Preferiría tirarme en una hoguera, decía San Edmundo de Cantorbery, antes que cometer la más mínima ofensa contra mi Dios.” El solo pensamiento de caer en pecado venial le producía a Santa Catalina de Sena una calentura tal alta, que consumía su cuerpo y ponía su vida en peligro.

Esto se explica porque el pecado venial es un mal mucho MÁS HORRIBLE que todos los males de esta vida. Si por una pequeña desobediencia, si por una distracción voluntaria en la oración, pudiéramos sacar del purgatorio a todas las almas que allí sufren, e incluso librar del infierno a los condenados y a los demonios, ni aun por estas razones nos sería permitido cometer tales faltas. Porque ofender al Credor, al Ser infinito, es un mal mucho mayor que dejar que todas las criaturas se anonaden o sufran lo más crueles tormentos, tormentos desde luego merecidos.

¿Cómo es posible que nos atrevamos a FALTAR TANTAS VECES a la ley de Dios? Pecamos siempre que nos quejamos, murmuramos, sospechamos y criticamos; pecamos contra la humildad, la docilidad, la sumisión a Dios; pecamos al no soportar al prójimo; pecamos al ser cobardes en la práctica del recogimiento, de la mortificación, de la vigilancia y de la oración.

¡Jesús mío!, mi vida está tejida de infidelidades y flaquezas; por tu sangre infinitamente preciosa, hazme aborrecer cuanto te ofende y ayúdame a remediar mis tibiezas, negligencias y despreocupación en tu divino servicio.

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