10 DE OCTUBRE

SAN FRANCISCO DE BORJA 
San Francisco de Borja, marqués de Lombay y duque de GandÍa, gozaba de los más GRANDES HONORES en la corte del emperador Carlos V, que le estimaba mucho. Dotado de natural amable, era además físicamente hermoso, poseía sólida piedad, y los grandes de España le amaban, siendo, por tanto, su posición en el mundo de las más felices y brillantes que darse puedan, porque nada le faltaba, humanamente hablando.

Le encomendaron la misión de llevar a Granda los restos mortales de la emperatriz Isabel, cuya espléndida belleza había sido por todos admirada. Cuando abriendo el ataúd que contenía el cadáver, presenció el terrible espectáculo que hizo estremecerse de horror a los más valientes caballeros. Acercándose al cuerpo deshecho y desfigurado de la emperatriz, exclamó: "Oh ilustre señora mía, dónde está vuestra belleza, dónde vuestra majestad?" Y añadió para sí: "Puesto que en esto paran las grandezas y las coronas..., ¡no más servir a señor que en gusanos se convierta!" Y cumpliendo su propósito, abandonó la corte para hacerse religioso y trabajar con mayor eficacia en la obra de la salvación eterna.

¡Así juzgó uno de los grandes del mundo las vanidades de la tierra! Si queremos también participar de sus ideas, descendamos con él a la tumba y aprendamos en esta escuela, que nos enseñará: 1º a despreciar los HONORES temporales, el aprecio en que nos tienen, las alabanzas que nos dirigen, diciéndonos: "¿Quién se acordará de mí dentro de cien años? El poco ruido que haya podido hacer mi nombre sobre la tierra pronto se apagará en mi sepulcro cual débil eco en el silencio de un abismo"; 2º ¿de qué sirven entonces las RIQUEZAS que encadenan tantos corazones y de las que nadie puede llevarse nada consigo? ¿Qué queda, después de esta vida, de los DELEITES SENSUALES por los que tantos grados de gracia, tantas virtudes y tantos méritos se sacrifican?

¡Oh Jesús mío! Hazme renunciar desde ahora a las vanidades, a las pretensiones y al amor propio y dedicarme únicamente a buscar en todo tu gloria. Quiero tomar la resolución sincera de mortificar mis sentidos y soportar en calma todas las contrariedades, con intención de romper con el espíritu del mundo, siempre enemigo de la cruz. Quiero también prepararme para una muerte santa, apacible y preciosa a tus ojos, DESPRENDIÉNDOME totalmente de lo temporal y llevando vida HUMILDE Y MORTIFICADA.

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