17 DE OCTUBRE

 LA DEVOCIÓN

Santo Tomás define la verdadera devoción como "cierta prontitud de la voluntad para dedicarse a TODO cuanto se relaciona con el servicio de Dios." De estas disposiciones estaba animado el rey David cuando decía: "Con sincero corazón te alabaré; observaré tus justos decretos (Salmos 118, 7-8)"; y las mismas disposiciones animaban a San Pablo en el camino de Damasco y le hacían exclamar: "Señor, qué quieres que haga? (Hechos 9, 6)."

La verdadera devoción es, por tanto, INDEPENDIENTE de los gustos, de los sentimientos y de los consuelos sensibles que a veces la acompañan. ¡Cuántas arideces espirituales cuántos fastidios, tentaciones y repugnancias padecieron, al orar. Santa Teresa durante dieciocho años, y Santa Juana Chantal durante cuarenta, hasta la misma hora de su muerte, y en vez de haber sido por esto rechazadas de Dios, fueron aún más agradables a sus ojos! Precisamente por el estado de su alma pudieron ejercitar las más heroicas y sublimes virtudes, propias de la abnegación que constituye la verdadera devoción.

Tenemos, además, para confirmar esta doctrina, los ejemplos que nos dejó el divino Maestro. Jesús, en el Huerto de los Olivos, consintió que el temor, el tedio y la tristeza se apoderaran de su alma. Su oración no fue por ello menos meritoria. No confundamos la devoción SUSTANCIAL que reside en la voluntad razonable con los accesorios de esta devoción, es decir, con los gustos sensibles. La inteligencia tiene libertad de pensar, querer y obrar de modo opuesto a la imaginación y al sentimiento. Luego, en vez de ocuparnos de lo que sentimos ejercitemos más bien la voluntad en la práctica de la obediencia, de la abnegación, de la resignación y de la mansedumbre con todos, del desprendimiento y alejamiento del mundo y de sus vanidades.

¡Oh Dios mío! Tú ves que mi voluntad es débil, tibia, que apenas se siente animada de buenos deseos; por eso te ruego que desde ahora me hagas buscar en la oración, no los gustos sensibles, sino fuerza para ser fervoroso, desprendido, recogido, más cuidadoso en evitar las faltas leves, en reprimir los defectos, en soportar las penas con paciencia y en condescender con la voluntad del prójimo; porque oración de la cual se recoge fruto tan sazonado, aunque árida, tiene que ser más agradable a tus ojos que las delicias de una meditación estéril.

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