19 DE OCTUBRE

SAN PEDRO DE ALCÁNTARA

San Pedro de Alcántara llenó de admiración a las almas más grandes por el rigor que consigo usaba. En cuanto se hizo religioso, fue para él lry no levantar la VISTA del suelo. Jamás miraba a nadie, ni siquiera a sus hermanos, a quienes reconocía por la voz. Tan solo COMÍA una vez cada tres días, y en ciertas épocas del año dejaba pasar ocho sin tomar alimento.

Si esto era prodigioso, más prodigioso fue aún en el sueño: durante cuarenta años solo durmió hora y media al día, y ese escasísimo sueño lo tomaba arrodillado y con la cabeza apoyada en la pared o en una cuerda que tendía en la celda. Jamás se acercaba al FUEGO para calentarse, ni aun cuando los fríos del invierno se dejaban sentir con mayor rigor. Si a esto añadimos la extremada POBREZA, frecuentes disciplinas y el constante uso que hacía de crueles cilicios, nos daremos una idea de la austeridad de este santo, cuyo cuerpo parecía un esqueleto de tan flaco y seco como estaba.

Este hombre ejemplar, débil  y mortal como nosotros, sacaba fuerzas para mortificarse de la profunda impresión que la PASIÓN DE CRISTO le causaba. Muchas veces se le vio postrado al pie de una gran cruz, con los brazos extendidos y derramando raudales de lágrimas. Un día pudieron contemplarle envuelto por las llamas que salïan de su inflamado corazón; la cruz ante la cual oraba, también inflamada en ese mismo fuego divino, resplandecía deslumbradora.

¡Oh Jesús mío! Si conociera los tesoros que en ti se esconden, no cesaría jamás de meditar tus oprobios y dolores, y esta meditación me infundiría valor para combatir la vida cómoda y sensual, que me hace enemigo de la cruz y ávido de los deleites terrenos. Para alcanzar el verdadero espíritu de penitencia, tan necesario a tus discípulos, quiero tomar las siguientes resoluciones: 1ª reprimir la pereza, la negligencia y la cobardía que tengo para cumplir las diarias obligaciones; 2ª no buscar nunca lo que halague mis gustos, vanidad, curiosidad y amor propio, para caminar, en cambio, siguiendo tus divinas huellas, viviendo contigo, ¡oh Jesús mío!, en medio de las penas, de los trabajos y de las privaciones. Te ruego me des fuerza para crucificar en esta vida la carne con sus vicios y apetitos para poder lograr así perfecta unión contigo.

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