27 DE OCTUBRE

 CARIDAD DEL HOMBRE ESPIRITUAL

¡Cuán admirable es la predilección del divino Salvador por la virtud de la caridad! "El precepto MÍO", nos dice, aquel en el que se encierran mi doctrina y todos mis mandamientos, es "que os améis unos a otros". Pero ¿de QUÉ MANERA, Señor, y CUÁNTO debemos de amarnos? ¿Imitando la hospitalidad de Abrahan? ¿Imitando a José, que perdonó a sus hermanos? ¿Siguiendo el ejemplo de Moisés, el más pacífico de los hombres? ¿O el que nos dio David, al practicar hasta el heroísmo la abnegación con Saúl, su enemigo? -"No, responde Jesús; habréis de amar a vuestro prójimo no solamente como le amaron Abrahán, José, Moisés y David, sino COMO YO os he amado a vosotros." Nuestro adorado Redentor pronuncia estas palabras cuando va a inmolarse por nosotros. Nos da este precepto pocos momentos antes de instituir la divina Eucaristía, Sacramento de Amor, por el cual se realiza la más estrecha unión entre él y las almas. Entonces es cuando dice: "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado." Al escuchar esta frase tan sorprendente debiéramos sentirnos avergonzados y arrepentidos para siempre de nuestra dureza y frialdad para con el prójimo.

Y el divino Maestro añadió: "Un precepto NUEVO os doy"; nuevo, en efecto, en su PRINCIPIO, porque lo dicta un Corazón que nos ama hasta la locura de la Cruz; nuevo también en su causa u OBJETO, que es Cristo mismo, recibiendo en la persona del prójimo los servicios que a éste prestamos; y nuevo, por último, en el tipo o MODELO que habremos de imitar, que no es otro sino el Verbo encarnado, que quiso sufrir y morir por todos nosotros y aun diariamente se sacrifica millares de veces sobre los altares por nuestro amor. ¡Oh! ¿Por qué no seguimos este ejemplo, que tantos actos de abnegación heroica ha inspirado?

¡Amabilísimo Jesús mío! Tú dijiste que por la caridad se reconocería a tus discípulos. No son, pues, ni las ciencias, ni los milagros, ni los dones sobrenaturales, lo que nos distinga de los judíos, de los herejes y de los idólatras, sino únicamente esa virtud, practicada con nuestros semejantes. Así como los servidores de los príncipes se viten con las libreas de la casa, así también has querido que nos revistamos con las libreas de la caridad, que debiéramos tener a gala llevar por ser tan noble y preciosa esta divina virtud.

Qué bien supieron cumplir tu precepto e interpretaron tu sentir aquellos primeros cristianos, que no tenían entre sí más que un corazón y un alma sola y vivían en tal armonía y acuerdo que todo lo poseían en común. "Ved cómo se aman, exclamaban los paganos al contemplarlos; ved cómo están dispuestos a morir unos por otros (Tertuliano)." Dígnate, Señor, infundirme, sobre todo en la Comunión, VERDADERO ESPÍRITU DE CARIDAD, que me haga dulce, bueno, afable, benévolo y abnegado con todos, como tú lo fuiste conmigo.

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