1 DE DICIEMBRE

 LA ABNEGACIÓN

La abnegación es el TRABAJO preparatorio que exige la obra de la perfección. "Vosotros sois el edificio que Dios fabrica." dice el apóstol San Pablo, y para que Dios fabrique en nosotros ese edificio y santuario suyo, es necesario que le preparemos antes el terreno, desescombrándolo y allanándolo para echar en él, a fuerza de abnegación, los cimientos de las virtudes. "Vosotros sois el campo que Dios cultiva (1 Cor. 3, 9)", nos dice también San Pablo: y si queremos que germine la buena simiente que en él sembró el divino Sembrador, tenemos antes que emplear el arado del renunciamiento para remover la tierra del alma y arrancar de ella toda las las malas hierbas.

La abnegación es "LA PERPETUA GUERRA" de que habla el santo Job (Job 7, 1); es esa VIVA FUERZA necesaria, como dijo el divino Maestro, para alcanzar el reino de los cielos, "que arrebatan quienes se la hacen a sí mismos (Mt. 11, 12)"; y es también la PUERTA ANGOSTA que Jesús nos señaló al decir: "Esforzaos a entrar por ella (Lc. 13, 24)"; "Tanto aprovecharás cuanta más fuerza te hicieres, dice la Imitación (lib. I , cap. 25)":

Aun podíamos decir, empleando expresiones de San Pablo, que la abnegación consiste en DESNUDARNOS DEL HOMBRE VIEJO (Col. 3, 9); en CRUCIFICAR nuestra propia carne con los vicios y pasiones, y en MORIR a nosotros mismos teniendo nuestra vida escondida con Cristo en Dios (Col. 3, 3). Por la abnegación renunciamos a las inclinaciones de nuestra corrompida naturaleza, reprimimos los malos instintos, los contrariamos, los mortificamos, para plantar en su lugar las virtudes contrarias, que habrán de practicarse según las ocasiones. Este es el renunciamiento que Cristo pide a quienes quieren ir en pos de él (Luc. 9, 23).

¿Lo practicamos cuidadosamente? ¿No halagamos las pasiones y los gustos al caer en cualquier tentación de orgullo, de envidia, de pereza, de curiosidad, de sensualidad, o al no poner freno a nuestro carácter fuerte y a nuestro genio áspero? Humillémonos por ser aún tan débiles cuando se trata de ahogar en nosotros el rencor, la mala pasión, de guardar silencio en determinadas ocasiones, confesar una falta, vencer toda clase de respetos humanos, alabarnos a nosotros mismos y criticar al prójimo; es decir, humillémonos porque no trabajamos como debemos para combatir y aniquilar en nosotros cuanto se opone a la perfección de los santos.

¡Oh Dios mío! ¿Qué cosecha tan grande de méritos y virtudes podría recoger si valientemente supiera renunciarme en toda ocasión! Al obrar de esta manera, me elevaría por encima de la tierra y de mi mismo para unirme a ti, Bien soberano, cambiando la escoria de mis viles pasiones y de mis perversos instintos por el oro purísimo de gracias infinitamente más preciosas que el mundo entero.

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