10 DE NOVIEMBRE

 DEBEMOS ORDENAR NUESTRA VIDA

"¿Qué inteligencia será capaz de entender, dice San Lorenzo Justiniano, el VALOR DEL TIEMPO?" Con un instante podemos comprar la eternidad; pero toda la eternidad no podrá lograrnos un solo momento. Sería inútil que los condenados pidieran constantemente a grandes voces un solo instante; nunca les sería concedido. Jesús murió para alcanzarnos tiempo de hacer penitencia y ganar una eterna bienaventuranza. En todo instante podemos arrepentirnos, amar a Dios con mayor ardor y merecer la gracia de la salvación. ¡Cuántos moribundos, a punto de expirar y con un pie casi en el infierno, reconquistaron el cielo por un acto de contricción o por la absolución sacramental! ¡El valor del tiempo es inapreciable! ¿Cuán necesario es que lo empleemos bien, puesto que es regalo que solo nos da la vida presente!

Cuanto mejor sepamos apreciar el tiempo, más debemos economizarlo, ya que es BREVE. El Espíritu Santo compara la vida con un rápido corcel y con un barco que raudo atraviesa los mares, sin dejar estela tras de sí. ¿Qué son, en realidad, los años que llevamos vividos en el mundo? ¿No son, en verdad, semejantes a un sueño que se desvaneció? Pues a la hora de la muerte, los años que aun nos quedan por vivir nos harán el mismo efecto que aquéllos. Por eso debemos aprovecharlos con parsimonia, porque se nos escapan continuamente, sin que podamos detener su carrera un solo día.

Cuando estos días se acaben, nadie podrá hacerlos VOLVER. Los momentos se suceden unos a otros, lo mismo que las olas del mar alborotado, que sin cesar se empujan y atropellan. Sería inútil que quisiéramos hacer revivir el instante que acaba para emplearlo con más cordura. Nunca olvidemos que, cuando nos sorprenda la muerte, Dios ya no nos dará otras horas para reparar los yerros cometidos en las que por siempre se fueron.

¡Oh Dios mío! ¡Cuántos años perdí sin conocerte o sin pensar apenas en ti! Por eso quiero desde ahora economizar todos los momentos de vida, ORDENÁNDOLOS POR ANTICIPADO, para aprovecharlos en tu gloria y en mi salvación. Para conseguirlo, ME PROPONGO: 1º santificar cuanto me quede de vida, redoblando el fervor y la fidelidad en tu santo servicio; 2º unirme en todo a la Sagrada Familia cuando oraba y trabajaba en Nazaret, para ofrecerte con ella todas mis obras, aun las más corrientes. Desde ahora quiero consagrarte ojos, lengua, mente y corazón  para que todo en mi contribuya sin cesar a tu gloria y a mi progreso espiritual. De esta manera mi existencia, tan corta y precaria en sí misma, se convertirá en estable y eterna en cuanto al mérito y a la recompensa.

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