16 DE NOVIEMBRE

 LA COMUNIÓN

Moisés, para conservar el Maná y las Tablas de la Ley, hizo construir con todo primor un arca de madera incorruptible que revistió de oro purísimo, y tardó siete años en edificarse el magnifico templo que Salomón destinó a guardar el Arca de la Alianza. Nosotros, que tenemos la inefable felicidad de participar, no de las figuras del Antiguo Testamento, , sino de las sublimes realidades del Nuevo, debemos con más empeño disponernos a recibir a Dios llenos de fe y con el mayor fervor. Recordemos con cuánta solicitud nuestros padres y maestros nos prepararon a recibir la primera Comunión. Figurémonos lo que nosotros mismos haríamos si tan solo una vez en nuestra vida pudiéramos comulgar. Sabiendo que Jesús es Autor de toda gracia y que viene a nosotros para santificarnos, ¿no tendremos inmenso deseo de enriquecernos con sus tesoros?

Lo primero que hemos de pedir al Señor son luces par ver con claridad los defectos, las inclinaciones y los impedimentos que retrasan nuestro progreso en el camino de la perfección. Determinémonos a ir al divino Salvador como al Sancta-Sanctorum, con el fin de participar de su plenitud de luz y de fuerza. Pidámosle nos ayude a extirpar del corazón y de la conducta tal o cual costumbre, afición o negligencia; que en lugar de la vida demasiado humana y natural, nos haga llevar vida de fe, de desprendimiento y de oración, que será para nosotros fuente abundantísima de gracias. Semejantes disposiciones, unidas al amor y a la confianza, nos harán recoger de las comuniones abundante y sazonado fruto, porque por ellas alcanzaremos lo que Cristo se propone al venir a nosotros, que no es otra cosa sino la santificación del alma y el progreso en la sólida virtud, único bien digno de ser buscando con perseverancia y fervor.

Ahondemos y veamos si no hemos comulgado muchas veces sin intención alguna, con cobardía, por rutina, por cumplir o por seguir el ejemplo de los demás. ¡Qué cuenta tan estrecha de esto habremos de rendir un día! Una sola Comunión vale infinitamente más que toda clase de visiones y de revelaciones. ¿Cómo nos atrevemos a comulgar tantas veces sin fruto alguno, exponiéndonos a ser condenados como siervos inútiles?

Pongamos remedio a tan grave mal, preparándonos desde ahora con GRAN FERVOR a recibir al Rey de los ángeles y Dios del universo, que viene a nosotros por pura bondad. ¿Qué haríamos si un ángel, un serafín o la Reina de los cielos se nos apareciera para conversar familiarmente con nosotros? La visita de Dios EXIGE mucho más, pues nos obliga a huir de toda falta, a estar habitualmente recogidos, a orar asiduamente y a poner especial cuidado en vivir lejos del mundo y de sus vanidades.

¡Oh Dios mío! Te ruego ILUMINES mi espíritu y PURIFIQUES mi corazón cuando me acerque a recibir en la sagrada Comunión el cuerpo de tu Unigénito, grandeza y santidad increadas. ¡Oh Reina inmaculada!, préstame las perfectas disposiciones de tu alma, tu ARDIENTE AMOR y tus sublimes virtudes para que pueda recibir dignamente a Jesús en la divina Eucaristía.

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