19 DE NOVIEMBRE

 SANTA ISABEL DE HUNGRIA

Parece como si Dios hubiera querido enviar al mundo a la gloriosa princesa Isabel de Hungría para demostrarnos hasta que extremo puede llegar la misericordia con el prójimo. Esta princesa manifestó desde la más tierna INFANCIA una extraordinaria afición a socorrer a los necesitados. Convencida de que los pobres representan a Cristo, acogía a todos los MENESTEROSOS con bondad y cariño entrañables. Todos los días los recibía en el palacio, les lavaba los pies, les servía la comida y curaba sus llagas. Se la vio visitando a los pobres en sus míseras cabañas para distribuirles generosas limosnas; ni le arredraba de ello el andar por malísimos caminos, atravesar callejas sucias y respirar el mal olor de aquellas miserables viviendas.

Dios premió con grandes PRODIGIOS tan heroica caridad. Un día transformó en rosas ante los ojos del marido los víveres que secretamente llevaba para los pobres, envueltos en los pliegues de su vestido. En otra ocasión, aunque iba ataviada con gran sencillez, apareció a la vista de todos cubierta de un traje malva muy pálido, bordado en oro, piedras preciosas y purísimas perlas. Era la estampa de la caridad, cuyas ricas vestiduras adornaban su alma y la hacían más resplandeciente cada día por los múltiples actos de misericordia. ¡Oh caridad, virtud divina, cuán grandes son tus méritos! Gracias a ti, cubrimos la multitud de nuestros pecados, practicamos la fe, la humildad, la abnegación; atraemos abundantísimas gracias, y "tenemos cumplida la ley (Rom. 13,8)". Porque ella es, según San Pablo, "el vínculo de la perfección (Col. 3, 14)".

Veamos si, a ejemplo de Santa Isabel de Hungría, nos gusta aliviar a los que sufren, consolar a los afligidos y practicar las obras de misericordia, lo mismo espirituales que corporales. Quizá somos altaneros, duros y sin piedad para con los pobres y la gente de baja categoría. ¿Tenemos corazón compasivo que sepa dolerse de las penas de los demás?¿Somos incapaces de despedir a quienes nos exponen su miseria, nos piden consejo, recurren a nosotros en busca de fuerza o de consuelos? Si así no fuera, pidámosle a Dios que forme nuestro corazón a la manera que formó el corazón de Santa Isabel.

¡Oh Jesús!, que dijiste: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mateo 5, 7)"; tengo mi destino en mis manos; sé que de la MISMA MANERA que yo trate a los prójimos en la vida, me tratarás tú en la otra con mis semejantes; recuérdame estas palabras divinas que la confirman: "Con la misma medida con que midiereis a los demás, se os medirá a vosotros (Luc. 6, 38)." 

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