20 DE NOVIEMBRE

 HAY QUE BUSCAR SOLO A DIOS

EL PENSAMIENTO es luz del corazón, porque le muestra el bien que ha de hacer y el mal que ha de evitar. Por esta luz el corazón se rige y se gobierna. Cuando las reflexiones son vanas, inútiles o terrenas, también lo son los deseos. Porque generalmente es el entendimiento el que ordena o desordena la voluntad. Por tanto, si aspiramos a la unión con Dios, tenemos que elevarnos a él con el pensamiento, colocarnos en su presencia divina, estudiar cuidadosamente su acción en nosotros y reconocer los bienes temporales y las gracias espirituales que sin cesar nos concede. Ante todo, hemos de considerarle infinitamente por encima de todo lo creado, porque el género humano, a su lado, es menos que un granito de arena, puesto que él es el Bien supremo e infinito. Veámosle solo con los ojos de la fe en los superiores, en el prójimo y en todos los acontecimientos.

EL CORAZÓN, atraído entonces por la sublimidad de los pensamientos, romperá los lazos que le  unen a la tierra y alzará el vuelo en alas de los santos deseos que habrán de unirle con Dios. Un pequeñísimo consuelo divino le hará despreciar todos los deleites de los sentidos y las vanas satisfacciones del mundo. Cuanto más conozca y guste al Amado, más se desasirá de cuanto a él no se refiera, hasta el momento feliz en que pueda exclamar: "¡Mi Dios y mi todos". Los santos repetían día y noche estas dulcísimas palabras y se sentían embriagados de inefables delicias.

¿Por qué, en cambio, hacen en nosotros tan POCA IMPRESIÓN? Porque no entendemos la excelencia del soberano Bien, que hace la felicidad de los ángeles y la bienaventuranza de los elegidos. ¿Cómo es posible que Dios, que basta a la felicidad de los cielos, no pueda bastarnos a nosotros? ¡Cuán estrecho e incapaz de comprender su dicha e nuestro pobre corazón! Mi último fin, el que debe ser por siempre toda mi gloria, mi descanso y mi alegría, es solo Dios, Bien eterno. Está dentro de mí, me rodea y vivo en él como en el aire que respiro. Me da el ser, me alimenta, me sostiene y, sin cansarse jamás, derrama sobre mí sus beneficios. Sin embargo, y aunque esto parezca inconcebible, me olvido de él para pensar en todo lo demás; mi corazón se apega a las criaturas en vez de amarle tan solo a él.

¡Dios mío! Te pido humildemente perdón; sé tú desde ahora mi luz, mis fuerzas, mi riqueza, el OBJETO CONSTANTE de mis pensamientos y aspiraciones en todos los instantes de la vida. Inspírame con frecuencia ACTOS DE AMOR a tu infinita bondad; sé por siempre mi tesoro, mi honor y mi felicidad. Sé mi Señor, mi Dios y mi Todo.

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