21DE NOVIEMBRE

 LA PRESENTACION DE NUESTRA SEÑORA

Según San Epifano y San Germán, María, a la edad de tres años, se separó de sus padres para ofrecerse a Dios en el templo de Jerusalén. María había comprendido que el Señor ama las PRIMICIAS de la vida como homenaje que se le rinde, en consonancia con la pureza de su Ser y con el dominio soberano que debe ejercer sobre nosotros. Por eso el Espíritu Santo enseñó a esta Virgen predestinada que toda criatura, por ser propiedad del Creador, se debe a él sin TARDANZA y sin RESERVAS, puesto que tiene sobre ella dominio esencial, necesario, absoluto y sin restricción alguna ni durante el tiempo ni por la eternidad. La Virgen inmaculada así lo entendió, y se consagró al Señor con generosidad sin igual y con amor muy superior al de todos los ángeles y santos reunidos.

Convencida de que la VIDA ENTERA debe ser para Dios, se dedicó a su santo servicio en el templo; no fijó para ello tiempo determinado, sino que hubiera pasado en él su vida toda, si tal hubiera sido la voluntad divina. María, apareciéndose a Santa Brígida, le dijo estas palabras: "Entonces hice voto de virginidad, de pobreza y de obediencia para servir al Señor con mayor perfección." ¡Qué admirables los sentimientos y la santidad de esta niña! María estaba ya entonces mucho más elevada en gracia que todas las demás criaturas.

Como ella supo ofrecerse a Dios desde la primavera de la vida, así debemos también ofrecernos al Señor desde que nos LEVANTAMOS. 1º Consagrémonos a aquél que nos ha creado y que nos conserva en este mundo para que le demos gloria y seamos felices. ¡Qué justo es dedicarle el primer pensamiento y el primer afecto amoroso del corazón, puesto que él nos amó eternamente! 2º Ofrezcámosle sin reserva alguna la mente, el corazón, los deseos, obras y trabajos, proponiéndonos estar siempre en su presencia divina y encauzar hacia él las aspiraciones y las acciones, como lo haríamos si fuera aquél el último día de la existencia. 3º Ordenemos anticipadamente, sobre todo en la meditación, toda la vida espiritual del día, firmemente resueltos a vigilarnos, a corregirnos de tal o cual defecto, tendencia o costumbre y a soportar con mayor paciencia las contrariedades; en una palabra, cumpliendo todos nuestros deberes con espíritu de fe, de recogimiento, de renunciamiento y de oración. Estas resoluciones, y otras semejantes, renovada todas las mañanas, terminarán por reformar la vida y santificar la conducta.

¡Dios mío! En unión de Jesús y de María, me consagro totalmente a ti; dispón de mí, de mi inteligencia, de mi imaginación, de mi cuerpo, de mis sentidos y de mi voluntad, según tu divino beneplácito. Estoy firmemente resuelto a obedecer siempre a tu gracia, animado de los mismos sentimientos que tenía María Santísima cuando se te ofreció en el templo, y que tiene Jesús cuando se inmola sobre los altares. Es decir: te obedeceré PRONTAMENTE, SIN RESERVAS Y POR SIEMPRE.


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