23 DE NOVIEMBRE

 SAN JUAN DE LA CRUZ

Cuando Juan de Yepes nació en Fontíveros, pueblecito de la provincia de Ávila, Teresa de Jesús tenía veintisiete años, y andando el tiempo había de decir de él que no había hallado en toda Castilla otro tal, ni que tanto afervore en el camino del cielo. Ya desde la infancia se vio que estaba predestinado para grandes empresas, pues de manera especialísima le protegía la Reina de los cielos; él correspondió a esta ternura maternal ingresando en la Orden carmelitana, y la gran afición que sentía por padecer le hizo tomar el nombre de Juan de la Cruz, pues en la Cruz tenía él puesta la gloria, el tesoro y el deleite. Un día Cristo le preguntó: "Juan, ¿qué precio quieres por lo que me has servido?" "Señor, le contestó él, padecer y ser despreciado por ti." 

Sus deseos se cumplieron, porque a más de las extraordinarias AUSTERIDADES que se imponía, tuvo que padecer un INFIERNO de escrúpulos, de penas interiores y de ininterrumpidas tentaciones. También fue PERSEGUIDÍSIMO por sus mismos hermanos; la reforma del Carmelo le costó grandes sinsabores, fue condenado en un Capítulo General de su Orden, tratado como rebelde, encarcelado; y no es posible detallar cuánto tuvo que sufrir durante los nueve meses que duró la reclusión, de la cual se libró de modo milagroso.

Esto no fue aún SUFICIENTE para saciar la sed de padecer que abrasaba a Juan de la Cruz, quien, perseguido de nuevo por los suyos, se vio abandonado de todos, hasta el punto que no había quien se atreviera a tener el menor trato con él. En tales circunstancias, por encontrarse enfermo de cuidado, hubiera podido retirarse a alguna casa en donde le hubiesen atendido debidamente; pero él procedió de MODO CONTRARIO, escogiendo, por amor a la Cruz, el convento en el cual estaba de Superior su enemigo más acérrimo. este prohibió a los frailes que se acercaran a Juan de la Cruz, a quien él constantemente agobiaba con acerbos reproches. Siguiendo el ejemplo del divino Maestro, San Juan de la Cruz lo sufría todo en silencio; en un pierna se le habían formado cinco llagas purulentas, y las curas que exigían eran dolorosísimas, pero él las soportaba con valor verdaderamente admirable, no pronunciaba una queja y se contentaba con fijar la vista en el crucifijo. Su paciencia fue tan eficaz, que acabó por convertir al que con tanta saña le había perseguido.

¡Oh Señor!, ayúdame a aprender la ciencia de la Cruz; hazme comprender cuán importante es sufrir sin quejas y sin impaciencias; concédeme la gracia de saborear el maná que se esconde en la resignación para las almas que abrazan el dolor generosamente. Infúndeme valor: 1º para ahogar toda aversión o rencor hacia quienes me contraríen, humillen, reprendan o critiquen; 2º para repetir con frecuencia con el apóstol San Pablo: "A mí líbreme Dios de gloriarme sino en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo", en esta Cruz que es prenda de lo mucho que Dios me ama y del deseo que tiene de santificarme y de salvarme.

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