25 DE NOVIEMBRE

 ESPÍRITU DE ORACIÓN DEL VERBO ENCARNADO

Cuando Jesús vino a la tierra, la humanidad entera se afanaba en busca de bienes materiales, de placeres sensuales y de gloria efímera. Solo algunos hombres en Judea buscaban únicamente a Dios. Con éstos se reunió o más bien se proclamó Jefe y Rey por sus ejemplos. Despreciaba los tesoros del mundo, pero daba infinito valor a toda acción realizada para agradar al Padre celestial. Aunque era abismo de sabiduría, jamás habló de ciencias humanas; porque prefería la humildad y la inocencia del niño pequeño a los grandes pensamientos y discursos sublimes de los más célebres filósofos. Solo predicaba el reino de Dios y su justicia o verdadera santidad. Su alma, siempre anonadada ante la presencia del Padre, le adoraba y se le entregaba. Todos su pensamientos, aspiraciones y actividades estaban concentradas en Dios y dirigidas por el Espíritu Santo; no cabiendo en nada suyo ninguna mezcla de intenciones puramente humanas o imperfectas. En Jesús todo era divino y todo estaba penetrado de Dios, de sus luces, de su infinita santidad.

De esta manera vivió el Redentor desde el momento de la Encarnación, y después del nacimiento hasta la hora de la muerte. -En Belén, en Egipto y en Nazaret, su alma, unida  a la divinidad del Verbo, no se apartaba de él ni de día ni de noche. El ruido del mundo, la conversación de los hombres que vivían cercad de él, el trabajo a que se entregaba, su cuidado de obedecer a María y a José, sus desvelos por la obra de la Redención, nada de esto pudo distraer a Jesús de pensar siempre en Dios; ¡tan profundo y tan constante era su recogimiento! La unión hipostática del Verbo con su santa Humanidad hacía que su espíritu y corazón estuviesen siempre absorbidos en la divinidad.

¿Nos preocupamos nosotros únicamente, o ante todo, de Dios y de cuanto se refiere a la salvación? ¿Deseamos de corazón santificarnos, o, como dice el Evangelio, tenemos hambre y sed de justicia o de santidad? Si así fuere, tenemos que vivir con Dios como Dios vive con nosotros. Está él con nosotros por su inmensidad, por su providencia, por su amor; estemos con él en todo y en todas partes, dándole gracias por los beneficios que nos dispensa y consagrándole todo afecto. Lejos de pensar en fruslerías mundanas y de entretenernos con vanas imaginaciones, vivamos siempre recogidos y sin cesar conversemos con Jesús de los intereses del alma y de los intereses del prójimo.

¡Oh Jesús, Verbo encarnado! El amor te unía al Padre celestial. Haz que sea también ese vínculo el que me una con el soberano Bien. Borra en mi todo recuerdo que no sea de ti y que pudiera ser obstáculo a mi santificación o mi íntima unión con tu divina Persona.

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