28 DE NOVIEMBRE

 LA VIRGEN MARÍA EN EL TEMPLO

En cuanto la Virgen Niña entró en la Casa del Señor comprendió que para servirle fielmente tenía que ORDENAR SU VIDA y no dejarla deslizar a capricho de los sentimientos o de las inclinaciones de la naturaleza, siempre tan imperfecta comparada con la gracia. Dicen San Jerónimo y San Buenaventura que María hacía oración hasta las nueve de la mañana, que desde esta hora hasta las tres de la tarde se ocupaba en alguna labor, y que de nuevo volvía a hacer oración. Fue entre sus compañeras la primera en las vigilias, la más exacta en la observancia de las leyes divinas y la más constante en la práctica de los ayunos y buenas obras.

La Virgen se aplicaba con ardor a AMAR A DIOS con todo el ánimo por el recogimiento constante; con todo el corazón por el fervor perseverante y entero desprendimiento; con toda el alma, por la total abnegación de sí misma y docilidad perfecta a Dios; con todas las fuerzas, al renunciarse en todo y cumpliendo sin reservas cuanto la gracia divina le inspiraba. Su placer más dulce consistía en pasar noches y días en tiernos coloquios de amor con el Creador. Unida a los patriarcas y a los profetas, suspiraba con santos anhelos por la venida del Mesías: y en su profunda humildad (como ella lo reveló a Santa Brígida) deseaba con toda el alma ser la sirvienta de aquélla que habría de ser Madre del Deseado de las naciones.

Tanto FERVOR y HUMILDAD en una niña de tres años deberían avergonzarnos por nuestra tibieza y vanidad, ya que, a pesar de nuestros defectos, pecados e innumerables imperfecciones, tenemos tan gran concepto de nosotros mismos. Los santos solo al considerar sus malas inclinaciones, se sentían muy humillados y redoblaban el ardor y el celo para progresar en la virtud. Para caminar siguiendo sus huellas ORDENEMOS la vida; y si queremos ser totalmente de Dios como la Virgen inmaculada, cumplamos fielmente la REGLA DE CONDUCTA que nos hayamos trazado. En ella sepamos combinar con discreción los deberes de piedad con los que nuestro estado nos impone. Evitemos cuidadosamente toda pérdida de tiempo y toda ocupación inútil. Realicemos con exactitud el programa del día, que habrá sido aprobado antes por el confesor o director espiritual y que habrá de estar de acuerdo con nuestra posición, trabajos y vocación. Siguiendo estas normas, no tendremos que reprocharnos en los últimos momentos el haber malgastado sin provecho los días, semanas, meses y años que Dios nos concedió de vida para merecer y preparar la bienaventuranza eterna.

¡Oh Virgen fidelísima!, enséñame a afianzarme en el bien, sujetándome lo mismo que tú a una REGLA DE VIDA., ayúdame para que jamás deje de cumplir SIN MOTIVO SUFICIENTE la más pequeña norma de la misma. Haz que el exacto cumplimiento de esta regla de vida sea para mí fuente inagotable de luces y de auxilios, de los que tan necesitada está mi alma.

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