8 DE NOVIEMBRE: OCTAVA DE TODOS LOS SANTOS

 LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS

La Iglesia que triunfa en el cielo, la Iglesia que sufre en el purgatorio y la Iglesia que milita sobre la tierra forman una sola Iglesia o CUERPO espiritual, del cual Cristo es Cabeza y el Espíritu Santo Corazón. Todos los miembros están unidos entre sí por los vínculos de la gracia y de la caridad, por los que cada uno de ellos participa de los méritos de ese cuerpo espiritual por una fraterna COMUNIDAD, llamada Comunión de los Santos. Así como en una familia cuanto hacen el padre, la madre, los hijos contribuye al bien común, así sucede en la Santa Iglesia. Los méritos de Jesús, de María, de los ángeles, de los santos, sin excluir los méritos de las almas del purgatorio y de los fieles de este mundo, nos pertenecen, sin dejar de ser al mismo tiempo tesoro o fortuna personal de cada uno en todo derecho. ¡Magnífico dogma, que de tal modo nos enriquece! Un célebre escritor, el conde José de Maistre, escribía a propósito de esta verdad: "El mundo que LUCHA tiende una mano al mundo que SUFRE, y con la otra se agarra a la que le tiende el mundo TRIUNFANTE." La acción de gracias, la oración, las deudas pagadas a la justicia divina, los auxilios, las inspiraciones, la fe, la esperanza y el amor, corren de mano en mano como ríos benéficos. Nada permanece aislado, y los espíritus gozan de las propias fuerzas y de las ajenas, lo mismo que los aceros reunidos en un haz imanado." ¡Qué consoladora es esta verdad y cuánto debiera reanimar nuestro valor y despertar la intrepidez de nuestros corazones!

Pero con frecuencia obramos de muy distinta manera. Nos dejamos vencer por la TENTACIÓN en vez de invocar a los ángeles y a los santos, que nos ayudarían siempre a vencer en la contienda. ¿Nos cuidamos de ALIVIAR  a las almas del purgatorio, por la aplicación de indulgencias y oraciones? ¿Nuestra CARIDAD hacia los que nos rodean no es verdad que deja mucho que desear? ¡De cuántos pensamientos malévolos, de cuántas sospechas, críticas, palabras poco amables y hasta duras y airadas tenemos que arrepentirnos!

¡Dios mío! Concédeme la gracia de permanecer unido a mis hermanos, que como yo fueron creados para reinar contigo un día en la gloria. Infúndeme hacia todos el AMOR y EL RESPETO debidos a los miembros de Cristo, futuros conciudadanos de los ángeles y de los elegidos. Y haz que, al decir de San Pablo, "sintamos todos una misma cosa, teniendo una misma caridad, un mismo espíritu y unos mismos sentimientos (Filip. 2,2)."



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