9 DE NOVIEMBRE

 LO QUE SON NUESTRAS IGLESIAS

Cuando el patriarca Jacob vio en sueños a los ángeles de Dios subir y descender por la escala "cuyo remate tocaba en el cielo", lleno de temor y de admiración exclamó: "¡Cuán TERRIBLE es este lugar! Verdaderamente ésta es casa de Dios y puerta del cielo (Gen. 28, 17)." Si habló en esta forma de un lugar santificado por pasajera visión, ¿qué diremos de las iglesias en que reside perpetuamente el Rey de la gloria? Cada uno de nuestros templos es, en grado mucho más elevado que el lugar que exaltó Jacob, casa de Dios y Puerta del cielo.

Es CASA DE DIOS, puesto que el Dios-Salvador habita en ella, rodeado de ángeles. Allí nos cita e invita a su mesa para conversar con nosotros de corazón a corazón. ES PUERTA DEL CIELO, puesto que en ella encontramos cuanto lleva a la felicidad de los bienaventurados. En la iglesia, por el santo Bautismo nos convertimos en hijos y herederos del Padre celestial; allí mismo somos ungidos con el óleo sagrado cuando recibimos la Confirmación, que nos hace soldados de Cristo. Allí se nos absuelve y purifica de las culpas en el santo tribunal de la Penitencia, y en la sagrada Comunión el sacerdote nos alimenta y fortifica con el Pan de los Fuertes, la divina Eucaristía, para que podamos caminar con paso firme y seguro hacia la montaña de Dios. Allí, desde el púlpito, cátedra de verdad, nos instruyen sobre cuanto se refiere a la eterna salvación. El Crucifijo y el Altar del Sacrificio nos recuerdan el beneficio inmenso de la Redención y los grandes motivos que tenemos para esperar en Jesús. Las imágenes de la Virgen Santísima y de los santos nos invitan a orar y meditar sus virtudes. Y, por último, en algunos países llevan a los moribundos a las iglesias para que en ellas reciban el Viático y la Extremaunción. Podemos, por tanto, decir con toda verdad que los Templos son Puertas del cielo y como antesalas del Paraíso.

Por eso debiéramos entrar en ellos con el más PROFUNDO RESPETO, llevando modestamente los ojos bajos, sin mirar de un lado a otro. Sobre todo, cuando estemos en la iglesia evitemos cuidadosamente reír y hablar, andar sin compostura y con precipitación. Pensemos que es menester gran recogimiento interior para presentarnos ante el Rey de la gloria, y sobre todo, para celebrar, oír la Santa Misa o comulgar. Desterremos entonces del espíritu los pensamientos inútiles y los recuerdos ajenos al culto de adoración que merece Cristo Nuestro Señor.

¡Oh divino Redentor mío! Creo firmemente que tu Majestad santísima se encuentra verdaderamente presente en nuestros Templos, y que en ellos estás rodeado de millones de ángeles que te adoran y te hacen la corte. Te ruego me PERDONES tantas irreverencias cometidas contigo. Quiero desde ahora decirme, siempre que entre en las iglesias donde resides, estas palabras de Jacob: "Verdaderamente, ésta es Casa de Dios y Puerta del cielo", o bien repetir lo que oyó San Juan y fue dicho con grande voz, que venía del Trono: "Ved aquí el Tabernáculo de Dios entre los hombres (Apoc. 21, 3)."

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