1 DE ENERO

 LA CIRCUNCISIÓN

¡Qué humildad la del Verbo encarnado al dejarse circuncidar y recibir de este modo en su cuerpo inocente las señales de la esclavitud y del pecado! Era costumbre antigua de los amos marcar en las carnes de sus esclavos el estigma de servidumbre. La circuncisión era el signo visible que recordaba la mancha que todos llevamos producida por el pecado original. El Unigénito de Dios, al dejarse circuncidar, quiere aparecer entre nosotros como esclavo y pecador, él, que es Rey del universo y santidad infinita. ¡Oh soberbia humana! ¿Cómo no te doblegas a la idea de un Dios que así se rebaja?

Este rebajamiento es el principio del espíritu de penitencia que hace al divino Niño derramar su sangre en la Circuncisión para expiar todos nuestros pecados. Cargado con los crímenes de la humanidad caída, quiere, apenas nacido, sufrir por ella, enseñándonos al mismo tiempo a mortificar la carne y los sentidos, a combatir en nosotros las pasiones del placer, del amor a los deleites y la continua y natural tendencia opuesta  al perfección evangélica.

También encontramos en este misterio  ejemplos de abnegación y sacrificio al entregarse Jesús totalmente a la voluntad de José, dejándose circuncidar. De este modo nos enseña a renunciar a nosotros mismos para obedecer a Dios. Este renunciamiento es precisamente la circuncisión del corazón, tan necesaria para obtener todas las virtudes: virtud de dulzura, para llevar sin queja burlas y afrentas; virtud de caridad, para amar al prójimo y disculpar sus faltas; virtud de paciencia, para plegarnos en todo a la voluntad divina, sin pena ni desaliento, sumisos, llenos de unción espiritual.

¡Oh Jesús, Niño amable, tan pequeñito y ya sufriendo en tus carnes delicadas, aunque no tanto como en tu Corazón sagrado! Enséñame tú mismo a seguir durante este año tu divino ejemplo, protegido por María y por José: 1º en la HUMILDAD, para que, desconfiando de mí, a ti me entregue y todo lo espere de ti, por medio de la oración; 2º en la MORTIFICACIÓN de los sentidos, escudo de pureza y penitencia; 3º en la NEGACIÓN de mi mismo, de mi propio juicio y voluntad, único medio de obediencia perfecta.

¡Oh Jesús! Haz que con frecuencia sepa humillarme en tu presencia, mortificarme en las miradas, en las conversaciones, en los gustos. Que por tu amor renuncie a tal defecto, mala costumbre y a aquellos hábitos e imperfecciones que me apartan de ti, que impiden tu reino en mi alma, y serían obstáculo para la santificación de este año, el último quizá que me concedes.

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