10 DE DICIEMBRE

 NUESTRA SEÑORA DE LORETO: GRACIAS QUE MARÍA RECIBIÓ EN NAZARET

Cuando llegó la plenitud de los tiempos, el eterno Padre envió al Arcángel San Gabriel en calidad de embajador a una Virgen que vivía en Nazaret y se llamaba María. Y habiendo entrado el celestial mensajero en la modesta vivienda, le dijo con el más profundo respeto: "Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo: bendita tú eres entre todas las mujeres." ¡Divinas palabras, pronunciadas por boca de un ángel, en nombre de la Santísima Trinidad! Jamás la Sabiduría increada se expresó con sus criaturas de semejante manera; por eso la humilde Virgen se turbó.

"¡Oh María!, nada temas, le dijo entonces Gabriel, porque has hallado gracia en los ojos de Dios (Luc. 1, 30)." No te sorprendan los títulos gloriosos que te doy; Dios, que eleva a los humildes, por ser del agrado de su Corazón, te ha escogido entre todas las hijas de Adán para devolver a los hombres la gracia que perdieron por el pecado. -¡Oh, qué prerrogativa tan sublime! Devolver a los hombres la gracia que perdieron por el pecado, será devolverles también todos los bienes que de ella dimanan, librarlos de la tiranía del demonio, purificarlos de sus manchas, infundirles fuerza para vencer al infierno, al mundo y a las pasiones y abrir su corazón a la esperanza de llegar un día, llenos de méritos, a la bienaventuranza celestial.

Has de saber, añadió el enviado de Dios, que has de concebir en tu seno, y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Este será grande, y será llamado HIJO DEL ALTÍSIMIO, al cual el Señor Dios dará el trono de su padre David (Luc. 1, 33)." ¡Cuán magníficas promesas! ¡Nos predicen las grandezas y los privilegios del Redentor y de su santísima Madre y los tesoros inagotables que habrán de derramarse sobre el género humano por medio de la Iglesia y de su jerarquía, no solo hasta la consumación de los siglos, sino también por toda la eternidad! María respondió a este glorioso mensaje, humillándose totalmente y sometiéndose a la voluntad de Dios, al decir con sencillez: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Luc. 1, 38)."

¡Oh santa casa de Nazaret, casa privilegiada donde se realizó el más grande de todos los prodigios, el prodigio de la Encarnación de Dios! Quien pudiera vivir siempre en su reciento para meditar este misterio inefable, que arroba eternamente a los ángeles  y a los santos. Millares de peregrinos visitan todos los años este santuario; quiero unirme a ellos para saludarla de lejos como palacio de Dios, cuna de la espiritual restauración y nave que lleva los destinos del mundo. -¡Oh Jesús, oh María!, habitad en mi alma como habitas en la casita de Nazaret; derramad sobre mi las gracias celestiales que habrán de unirme a Dios en esta vida y en la otra.

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