11 DE DICIEMBRE

 CREACIÓN DEL HOMBRE EN ESTADO DE INOCENCIA

No vamos a referirnos a la estructura del cuerpo humano, cuya perfección admiraron los paganos y hasta los impíos. En esta meditación vamos a ocuparnos sobre todo del ALMA. Dios la creó espiritual e inmortal como él y la dotó como él de inteligencia, voluntad y libertad. El alma participa de la grandeza del Creador, por los pensamientos elevados, por la capacidad del entendimiento y por la amplitud de los deseos. Es tan superior al cuerpo, que parece estar más cerca de la divinidad que de la carne a la que está unida. Siempre ávida de saber, no se da punto de reposo; sus ideas se multiplican sin confundirse y descubren los misterios más profundos y escondidos de la naturaleza. Podemos decir que el alma es la imagen de su Creador, la obra maestra de su sabiduría, poder y bondad.

Por eso no es de extrañar el gran cuidado con que Dios se dignó CREARLA. Cuando el Señor hizo la luz, el firmamento y todo el universo, con una sola palabra suya, con un FIAT, hizo salir de la nada estas obras portentosas. Pero antes de crear al hombre parece como si se hubiera recogido, y le formó después del limo de la tierra y le inspiró en el rostro un soplo de su boca, que le dio vida (Gen. 2, 7). Estas palabras "soplo de su boca" nos demuestran cuán noble y querida es nuestra alma para Dios.

Teniendo alma tan elevada y al mismo tiempo cuerpo tan perfecto, el hombre ocupa en la creación el lugar intermedio entre el mundo material y el espiritual. Pertenece al primero por los sentidos y al segundo por el alma. De aquí procede la obligación: 1º de atribuir a Dios con la recta intención cuanto alegra los ojos y oídos, halaga el gusto y proporciona bienestar; 2º de acatar y reconocer expresamente alguna vez al día el soberano dominio del Señor sobre la Creación, sacrificándole algo de lo que agrada al cuerpo o alguna de las naturales aficiones.

¡Oh Dios mío! La verdadera grandeza reside en la obediencia que te debo y que eleva la voluntad hasta unirse con la tuya. Haz que mortifique cuanto en mí se oponga a tu soberana autoridad, es decir, que mortifique el orgullo, el apego a mis ideas propias, a mis deseos, a mis proyectos, a los deleites sensuales y a los instintos depravados. Tomo la resolución de vivir siempre bajo tu absoluta dependencia y de servirme del mundo creado, conformándome siempre con tu divino beneplácito.

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