17 DE DICIEMBRE

 LA ENCARNACIÓN, MISTERIO DE ESPERANZA

¡Qué prodigio se realizó al surgir el mundo de la nada por la sola palabra del Creador! Sin embargo, MÁS ADMIRABLE es el que se realiza cuando el mismo Creador se anonada para salvar a la criatura. Hasta entonces nos había anunciado la salvación por boca de los profetas; ahora viene el mismo EN PERSONA a traernos esa salvación y a trabajar en la obra de la restauración humana. Hubiera podido presentarse ante nosotros como hombre perfecto, en la misma perfección de Adán en el paraíso; pero para inspirarnos mayor confianza quiso ser como uno de nosotros.

Se hizo, por tanto, NIÑO para conquistarnos con sus encantos y mejor desterrar de los corazones el temor y la suspicacia. Al contemplar en su anonadamiento al Señor de los señores, exclamemos con el profeta Isaías. "He aquí a Dios, que es mi Salvador; viviré lleno de confianza y no temeré; porque mi fortaleza y mi gloria es el Señor, y él ha tomado por su cuenta mi salvación. Tributemos alabanzas al Señor, porque ha hecho cosas grandes y magníficas; divulguemos esto por toda la tierra. Saltemos de gozo y entonemos himnos de alabanza, Casa de Sión, puesto que se muestra grande en medio de nosotros el Santo de Israel (Is. 12, 2-5-6)."

Si ya los santos del Antiguo Testamento se sentían henchidos de esperanza solo al prever la llegada del Redentor, ¡cuánta mayor esperanza que ellos hemos de tener nosotros, que contemplando su gloria, GOZAMOS de los efectos prodigiosos de su amor. Cristo Redentor vive en medio de nosotros, habita en el tabernáculo y nadie impide que nos aprovechemos de su presencia y participemos de su favores. Cuando necesitamos gracias no tenemos más que pedírselas; y si estamos espiritualmente enfermos, hagámosle ver el estado de nuestra alma. Porque el divino Redentor es, como dice San Agustín, tesoro en la pobreza, consuelo en los sufrimientos, honor en la abyección y refugio y fortaleza en todo combate. Recurramos, sobre todo, a él llenos de confianza cuando nos veamos en peligro de ofenderle.

¡Oh Verbo encarnado! Al verte bajar hasta nosotros, cargar con nuestras miserias, librarnos de la esclavitud de las pasiones y ponernos en camino de salvación, nadie podrá ya dudar de tu amor ni desconfiar de ti. Concédeme firme confianza en tu bondad y en tus méritos, sobre todo en la oración, puesto que entonces, a más de tu misericordia, tengo la garantía de tus promesas en favor de la oración. 

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