18 DE DICIEMBRE

 MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA

¡Cuán prodigiosa es la bondad del Verbo encarnado! Jesús, al humillarse y encarnarse, elevaba a la Virgen Inmaculada a tan inconmensurable altura, que ni alcanzamos a imaginar. AL hacerse Hijo del Hombre, la hizo MADRE DE DIOS. Esta dignidad es incomparablemente mayor, no solo que las más excelsas dignidades humanas, sino también que las de los más encumbrados serafines. Dice Santo Tomás de Villanueva que el motivo por el cual los Evangelistas, que tanto ensalzan a la Magdalena, hablan tan poco de las glorias de María, es sencillamente porque lo más que de ella pueden decir es que fue Madre de Dios. Este elogio sobrepasa toda alabanza.

Decir que María fue Madre de Dios es asegurar que es VIRGEN PREDESTINADA desde antes de todos los siglos, inmaculada en su concepción, la más santa de la criaturas y la más digna de recibir todas las bendiciones del cielo y de la tierra. "El Todopoderoso, cantó ella misma, hizo en mí GRANDES COSAS." Y si Maria no explica cuáles son esas grandes cosas es, como dice también Santo Tomás de Villanueva, porque son inexplicables. Sobrepasan cuanto el hombre haya podido entender y son misterios dignos de un poder, sabiduría y bondad infinitas. Y así como la humanidad del Redentor no puede estar más elevada de lo que está, por su unión con la Persona del Verbo, así también la bienaventurada Virgen no pudo ser más encumbrada de lo que fue al convertirse en Madre de Dios. ·Esta dignidad, dice Santo Tomás de Aquino, tiene algo de infinito."

¡Oh!, ¡Cuánto debemos honrar este privilegio, cuyo glorioso resplandor recae sobre NOSOTROS! María es de nuestra raza según la naturaleza, y según la gracia somos sus hijo. Ella es, por tanto, nuestra Madre, y sin ella no tendríamos a Jesús por Hermano y por Redentor. Gracias a la maternidad divina, nos libramos de ser presa de pecado y de los vicios, esclavos de Satanás, víctimas de la muerte y tizones de las hogueras eternas. ¡Ah! Demostremos a María nuestra gratitud por haber aceptado su dignidad sublime, preservándome así de todas las maldiciones contraídas por el pecado.

¡Oh Virgen Bienaventurada, concédeme la gracia de ser fiel en alabarte todos los días, por la excelsa prerrogativa que te ha hecho Madre de Dios y Madre de los hombres! Gracias a ti, el Todopoderoso me acoge como a hijo su justicia deja de amenazarme y su misericordia me recibe en sus brazos y me hacen participe de las riquezas de Jesús. Tomo la resolución de rezar el Angelus por la mañana, al mediodía y al atardecer, para honrarte como Madre de Dios y como Madre mía. Al adoptarme por hijo, me elevaste más alto que la tierra y aún más alto que los cielos. Haz que sepa corresponder fielmente a tan insigne favor.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lecc XXII EXPLICACION DE DIOS (1)

LA VIDA INTERIOR

Lecc 21 EXISTENCIA DE DIOS (4)