22 DE DICIEMBRE

 PRODIGIO DE LA ENCARNACIÓN DEL VERBO

Para formarnos idea de este misterio inefable, tenemos ante todo que considerar QUIÉN ES EL que se hace hombre. Es el Unigénito de Dios, recibe eternamente su ser del Padre celestial, del que procede, y, como dice San Agustín, procede del Padre, así como la luz del sol procede del mismo sol. Es tan antiguo como el Padre, a la manera que la luz es tan antigua como el astro que la envía. De igual modo que los rayos de ese astro aunque iluminen la tierra, no abandonan su foco, el Verbo divino, esplendor del Padre, permanece en su seno aún encarnándose entre nosotros.

Pero ¡qué prodigio: un Dios DESCENDER hasta los abismos de la nada! El Verbo eterno une su naturaleza infinitamente perfecta a la nuestra, tan frágil y defectuosa; une su pureza inmaculada al barro impuro de nuestro cuerpo y su santidad por esencia a nuestra carne de pecado. Y esta unión no es solamente accidental, como la que existe entre nosotros y Dios, sino que es PERSONAL. Así como el alma está unida al cuerpo y forma con ella una persona humana, así también la naturaleza divina está unid a nuestra naturaleza en la sola persona del Verbo; siendo esta unión tan íntima y tan estrecha, que hace a un Dios ser hombre y a un hombre ser Dios.

Este misterio de la Encarnación, prodigio de poder y de bondad, es mil veces más maravilloso que la creación del universo; en cierto modo podría decirse que Dios agotó en él todos los recursos de su sabiduría y de su caridad, según Cornelio Alápide, la Encarnación es el fin, el ornato, la forma, el complemento de la creación de los ángeles, de los hombres y de cuanto existe. "¿Quién pudo obrar semejante milagro? pregunta San Bernardo. -"El Amor, se responde; el amor, rico en compasión, poderoso en afectos, eficaz en persuasión. ¿Qué hay más fuerte que el Amor? El Amor venció a Dios."

¡Oh Verbo divino! Nos has dejado ver por este misterio todos los tesoros de tu Corazón Sagrado. Naciste corporalmente en la carne, para nacer espiritualmente en nosotros. Te hiciste Hijo del hombre para hacernos hijos de Dios. Así, por el amor nos obligas a vivir solamente para ti. Atrae, Señor, por tanto, todos mis pensamientos y afectos. No permitas que siga arrastrando el peso de mi extrema miseria, ya que viniste a librarnos de ella. Te ruego me concedas las siguientes gracias: 1ª vencer la APATÍA al considerar las maravillas para mí realizadas por tu amor; 2ª ASPIRAR siempre a santificarme, con intención de agradarte, puesto que tú te hiciste semejante a mí, para obligarme a que yo trabajara por asemejarme a ti.

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