24 DE DICIEMBRE

 VIGILIA DE NAVIDAD

Desde el pecado original y a medida que los errores y vicios invadían la tierra, se iba notando de día en día cuán grande era LA NECESIDAD DE UN RESTAURADOR. "Señor, clamaban los justos, te suplicamos envíes al que has de enviar (Ex. 4, 13)", nuestra miseria es extrema, "acelera el tiempo, no te olvides de poner fin a nuestros males, para que sean celebradas tus maravillas (Ecl. 36, 10)". "¡Oh cielos!, derramad desde arriba vuestro rocío, y lluevan las nubes al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador (Is, 8. 45)".

En términos tan conmovedores expresaban los profetas los ardientes DESEOS DE TODOS; Jacob llamaba al Mesías "Deseado de los collados eternos" y Ageo le llama el "Deseado de todas las gentes (Gen. 49, 26; Ageo 2,8)." Por eso, no bien las naciones oyeron hablar de Jesús, se conmovieron y abrazaron el Evangelio. Los pueblos sentían sobre sí el peso de sus cadenas y deseaban verse libres. Y es que, en realidad, nada existe que nos haga anhelar con mayor ardor el alivio de los males como el vernos atenazados por ellos.

Pues para desear vehementemente la venida del divino Redentor, consideremos cuánto le necesitamos. SIN ÉL no somos sino ignorancia, corrupción y pecado; solamente él puede curar nuestro orgullo, nuestra irascibilidad, nuestro espíritu de independencia y nuestra concupiscencia y sensualidad. Únicamente él puede defendernos contra el demonio, el mundo y la carne, e infundirnos fuerzas para vencer las malas inclinaciones y para corregirnos de los defectos.

Veamos a la luz de la fe la PROFUNDA MISERIA de nuestras almas, y lloremos por ello ante Dios. Consideremos las perversas tendencias que nos dominan y no nos cuidamos de reprimir; fácilmente nos daremos cuenta de ellas al advertir lo mucho que nos cuesta humillarnos, obedecer, soportar al prójimo, padecer la prueba y hasta orar y recogernos interiormente.

¡Oh Verbo encarnado! ¡Apresúrate; ven pronto! Mi alma tiene sed de ti; tú solamente puedes satisfacer sus anhelos y darle perfecta salud. Ayúdame a aprovechar los medios que con este fin me proporcionaste. 1º la CONFESIÓN que me purificará de las culpas y me hará aborrecer cuanto te ofenda; 2º la COMUNIÓN por la que el alma, embriagándose con el vino exquisito del amor, ya no desea nada en el mundo fuera de ti; 3º la ORACIÓN que me hará alcanzar las gracias necesarias para santificarme y salvarme.

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