27 DE DICIEMBRE

 SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA

El amor nos DESPRENDE y separa de cuanto no se refiere al objeto amado. Apenas llamado por el divino Maestro, San Juan abandonó a sus padres y dejó casa, barca y redes para ir en pos de Jesús. Era un alma ardiente; con tanto afán tomaba los intereses del Verbo humanado, que en cierta ocasión en que los samaritanos negaron alojamiento a Jesús en uno de sus poblados, Juan dijo al Señor: "¿Quieres que hagamos caer fuego del cielo y los abrase?" Pero el divino Maestro, volviéndose a él, le reprendió con mansedumbre, suavizando el celo impetuoso del discípulo. Lección muy provechosa para San Juan, que, andando el tiempo, llegó a ser el Apóstol de la Caridad, con que tenemos otra prueba de su amor a Cristo, cuyos más pequeños deseos ejecutaba sin tardanza.

¡CUÁNTO AMÓ a Cristo! Leamos su Evangelio, sus Epístolas, el Apocalipsis, y veremos que todas esas bellísimas páginas están impregnadas de aquel amor tan grande que le rebosaba del corazón. Juan permaneció FIEL HASTA LA MUERTE al divino Maestro. Cuando prendieron a Jesús en el Huerto de los Olivos, todos los discípulos huyeron; él solo tuvo valor para acompañarle hasta el Calvario y permanecer en pie junto a la Cruz, al lado de María. ¡Cuántos cuidados prodigó entonces a la afligida Madre, que Jesús, antes de morir, le encomendara! Desde aquellos momentos no tuvo más felicidad en este mundo que la de amar al Hijo y a la Madre.

Y los amó con todo EL ARDOR de su fogoso corazón. Veamos la presteza con que corrió al sepulcro del Salvador después de la Resurrección; cómo después de haber recibido al Espíritu Santo ya no se dio punto de reposo en su celo por HACER AMAR A JESÚS; rezaba, predicaba y sufría cárceles y azotes para lograrlo. Los judíos y gentiles que convirtió fueron inmuerables. Por sus desvelos se fundaron en Asia siete iglesias; durante su larga carrera mortal, no cesó de conquistar almas para Cristo, encomiando, sobre todo, el precepto del amor, precepto que había escuchado de labios del Señor y que había aprendido al reclinar su cabeza sobre el Corazón de Jesús.

¡Oh Verbo encarnado! ¡Amabilidad infinita!, desde el pesebre al tabernáculo no has cesado de demostrar tu caridad sin límites. Atrae todos mis pensamientos y afectos. Por los méritos del Discípulo Amado, concédeme estas dos gracias: 1ª fidelidad para que en estos días permanezca junto al pesebre, como San Juan al pie de la Cruz, y que, meditando tus grandezas y anonadamientos, me inflame en el fuego del amor; 2ª fervor a ti. No permitas que vaya en busca de mis intereses y gustos, sino que, por el contrario, sea como San Juan, tierno, generoso, fiel, ardoroso y abnegado en tu santo amor.

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