8 DE DICIEMBRE

 MARÍA, LIRIO ENTRE ESPINAS

"A su huerto hubo de bajar mi Amado, al plantío de las hierbas aromáticas, para recrearse en los vergeles y coger azucenas (Cant. 6, 1)", es decir, para gozarse con las almas puras, con las ALMAS CASTAS.

Jesús se complace entre los lirios de la inocencia y de la virginidad e hizo que brotaran esas bellas flores en los desiertos, en las cavernas, en las catacumbas y hasta en las hogueras; y vemos florecer planteles de VIRGENES en pueblos y ciudades, aun entre el vicio y la corrupción. Jesús es dueño de innumerables azucenas de deslumbrante blancura, que crecen a la sombra de sus santuarios bajo la influencia de la divina Eucaristía.

¡Oh cuánto le agradan al Cordero sin mancha estas preciosas azucenas! Por eso se recrea entre ellas, por eso las acoge... Pero aunque la pureza de Santa Inés, de santa Gertrudis, de Santa Teresa de Jesús y de tantas almas inocentes enamore al divino Corazón, hay una pureza sin igual, de la que pudo decir: "Como azucena entre espinas, así es mi amiga entre las vírgenes." Es la pureza de María Inmaculada, Reina de los ángeles. En todas las hijas de Adán, aun en las más santas, reinó el pecado original y dejó en ellas funestas consecuencias; únicamente María estuvo exenta de la mancha original, lo que bastó para hacerla brillar entre todas las mujeres, como "azucena entre espinas". "Amada mía, exclama el Esposo celestial, en ti no existe mancha alguna."

Las demás vírgenes, por santas que sean, pueden convertirse a veces para el prójimo en espinas de TENTACIÓN y de pecado, mientras que la Virgen inmaculada toda hermosa y toda pura desde el primer instante de su existencia, es para el género humano el Lirio por excelencia, el Lirio sin mancilla y sin espinas. Gersón asegura que los ojos de María destilaban como celestial rocío, que hacía puros a cuantos ella miraba. Se puede también decir que el aroma de este Lirio inmaculado atrajo del cielo al Verbo divino, que, queriéndose encarnar sobre la tierra, no halló para realizar este designio criatura más digna de la pureza increada que la Bienaventurada Virgen María.

¡Oh mi amadísima Reina, Huerto cerrado, Fuente sellada! No permitas que me exponga imprudentemente al hálito envenenado del mundo y a las aguas turbias de las pasiones impuras, en que tantos corazones, creados para templos del Espíritu Santo, se manchan y hunden miserablemente. Te ruego me alcances gran amor a la virtud de la pureza y me ayudes: 1º a vigilar las miradas, pensamientos, deseos y afectos; 2º a recurrir con frecuencia a ti, sobre todo en los peligros, recordando la divina presencia de aquél que es la Majestad y la Santidad infinitas.

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