14 DE ENERO

 SAN HILARIO, DOCTOR DE LA IGLESIA

"Únicamente la fe, decía este Santo Doctor, consigue la gloria de elevar al hombre a alturas adonde la razón no podría jamás llegar. Para comprender la acción de un Dios eterno e infinito, se necesitaría una inteligencia ilimitada, y como el talento del hombre tiene límites, es necesario que la CIENCIA SE SOMETA a la fe."

Convencido de esta doctrina, San Hilario se penetraba TOTALMENTE de todas las verdades reveladas. "Me preguntáis, decía, cómo pudo ser posible que Jesús, después de su resurrección, penetrara en el Cenáculo estando las puertas del mismo cerradas. Se subleva vuestra razón y me hace mil objeciones. Yo tan solo os respondo: Soy un ignorante y creo las cosas tal y como Dios las ha dicho. Todo lo que yo puedo demostrar es que él las ha dicho, pero no me preguntéis la explicación de los hechos. El Evangelio me asegura que Jesús, con su glorioso cuerpo, entró en una habitación cuyas puertas estaban cerradas. Yo lo creo. ¿Cómo pudo hacerlo? Eso es cosa suya y no mía, y si en la misma creación existen los misterios, ¿por qué no habrían de existir también en la religión? ¿Pretendéis acaso que Dios no haga nunca nada que no podáis comprender?"

Así era de sencilla y viva la fe de este gran doctor, que supo poner en práctica las palabras del divino Maestro: "Si no os hacéis semejantes a los NIÑOS en la sencillez y la inocencia, no entraréis en el reino de los cielos (Mat. 18, 3)." Un niño, dice el Santo, no sabe de pretensiones; escucha dócilmente y cree con facilidad las verdades que le son enseñadas. Volved, pues, a la rectitud de la infancia. Aborreced el disimulo y la hipocresía. Huid de los vicios del mundo y de ese espíritu de crítica burlón y disipado, amante de la vanidad y de la mentira. Creed sin restricción todos los misterios revelados, y ordenad a ellos vuestra conducta.

¡Oh Dios mío! Haz que durante la vida presente tenga siempre ANTE MIS OJOS, alumbrado por la luz de la fe: 1º la eternidad desgraciada, de la que a toda costa habré de librarme, huyendo del pecado; 2º la eterna bienaventuranza que habré de merecer por la práctica de todas las virtudes; 3º a Jesús y a María en el Calvario, para que, contemplándolos, se anime mi corazón, se mantengan mis esperanzas y se fortifique mi amor. ¡Oh Jesús! Infunde en mí delicadeza de conciencia, fidelidad en el cumplimiento de mis deberes y espíritu de sacrificio, para que de este modo obre siempre de acuerdo con mis creencias.

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