17 DE ENERO

 SAN ANTONIO, ABAD

¿Quién no admirará el fervor de este joven de veinte años, que, al oír leer en el Evangelio el párrafo del desprecio de las riquezas, vende todo lo que posee, reparte el dinero entre los pobres y empieza a caminar EN BUSCA de la verdadera perfección? Como abeja laboriosa, va de flor en flor, es decir, va visitando uno por uno a los ermitaños del desierto para aprender de aquellos solitarios a elaborar la miel purísima de la santidad, a la que aspira ardientemente. Con cuánto afán estudia las virtudes de todos los anacoretas, imitando la humildad, compunción y penitencia de los unos; la dulzura, paciencia y caridad de los otros, e impregnándose en el amor de la soledad y espíritu de oración de todos ellos para rezar, ayunar y trabajar durante el día, y pasar las noches conversando con Dios.

Envidioso al comprobar su constancia, el demonio le persigue con toda clase de TENTACIONES, para hacerle aborrecer tal austeridad de vida y de nuevo llevarle al mundo. Pero cuanto más se esforzaba el infierno para seducirle, empleando toda su astucia y maldad, otro tanto el santo se esforzaba haciendo progresos en la virtud, dándonos ejemplo de invencible valor en la lucha contra el enemigo. Todos su gloriosos triunfos no bastaron a nuestro héroe, que hubiera querido sacrificar a Jesús la vida, a cuyo objeto marchó en busca del martirio. Pero Dios no permitió que fuera escogido como víctima.

Comparemos nuestra cobardía con el fervor de este gran Santo, y avergoncémonos. El medio más seguro que nos da para huir de la tibieza es el de vivir como si todos los días hubiéramos de morir. "Por la mañana, al despertarnos, pensemos que no viviremos hasta la noche, y al acostarnos para descansar, pensemos que no veremos la mañana."

¿Y cuáles fueron los frutos de tan saludable práctica? El Santo mismo nos contesta: "Al obrar de esta manera, no cometeremos pecado -nada de este mundo desearemos- ni nos irritaremos contra nadie. Por el contrario, al esperar la muerte en cualquier hora, viviremos desprendidos de todo y perdonando a todo el mundo." Sigamos estos consejos, tan en consonancia con las palabras del Señor: "Estad dispuestos, porque no sabéis ni el día ni la hora." Si seguimos esta recomendación, no desmayaremos jamás en la práctica de las virtudes, y nuestra vida y nuestra muerte serán preciosas a los ojos de Dios.

¡Oh Jesús!, infunde en mi corazón el santo, temor de tus juicios y de la estrecha cuenta que de mi conducta habré de rendirte algún día. Aumenta mi fe, para que no dude de la brevedad de la vida, que todos los días puede terminar, y recuerde que la eternidad que me espera no tendrá fin. Haz que no pierda un solo momento, para que en el último que me concedas esté en tu santa gracia y se decida mi salvación.

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