22 DE ENERO

 EL DESTIERRO DE JESÚS EN EGIPTO

El anciano Simeón había dicho a María en el Templo: este niño será blanco de contradicción para los hombres (Luc. 2, 24)." Apenas fue Jesús presentado al Señor cuarenta días después de su nacimiento, cuando, como había sido anunciado, comenzó a ser blanco de contradicción. José fue avisado en sueños por un ángel para que huyese de los emisarios de Herodes, escapando a Egipto con el Niño y con la Madre. He aquí, pues, a la Sagrada Familia, trinidad en la tierra y símbolo de la Trinidad del cielo, errante y fugitiva A TRAVÉS DEL DESIERTO, caminando bajo la lluvia y el frío, por caminos malos, pedregosos y enfangados. ¡Qué espectáculo!, el hijo y la hija de David, con el Unigénito de Dios, RECORREN UNA DISTANCIA DE TREINTA JORNADAS sin recursos, ni víveres, ni asilo. ¡Qué dolor!, diría María, el Dios que nace para salvar a los hombres tiene que huir delante de ellos, como un criminal y malhechor.

Al contemplar este espectáculo, aprendamos a no APEGARNOS  a los bienes de este mundo; seamos como esos viajeros que se detienen para pernoctar en alguna ciudad y a la mañana siguiente prosiguen su viaje sin contemplar las novedades que encuentran y sin dar importancia a todo cuanto ven y oyen, empujados por el afán de llegar pronto a su destino. También nosotros somos extranjeros en la tierra, y no deberíamos jamás detener nuestra alma en las novedades y curiosidades del mundo. Gran preocupación es la eternidad; nuestra meta es la patria celestial para la cual fuimos creados; por eso el cielo ha de ser el objeto principal de todas las atenciones y afanes.

Si obrásemos de esta suerte, apenas si sentiremos las ESPINAS y las PIEDRAS de los caminos de la vida. La sagrada Familia también tuvo que andar en su ruta hacia Egipto un camino sembrado de espinas, pero ¡con cuánta resignación los augustos desterrados soportaron las penalidades de su viaje! "Nadie recibe favores celestiales, dijo en una ocasión la Santísima Virgen a una sierva suya, sin haberlos antes merecido por el sufrimiento y la paciencia." - De esta manera nosotros purificaremos nuestros corazones de todo pecado, nos despegaremos del mundo y mereceremos las gracias divinas. Debiéramos avergonzarnos de nuestra poca resignación, no solo en las grandes pruebas, sino también en las ligeras contrariedades inherentes a los deberes cotidianos.

¿Y cuál es la causa, oh Dios mío, de todas mis impaciencias más que este gran apego que tengo hacia mi mismo, mis ideas, mis satisfacciones, mi reposo y a los trabajos que son de mi agrado? ¡Ah! si a mí nada me importase en este mundo, tu voluntad sería mi único amor, tu gracia mi única riqueza y tu gloria toda mi ambición. Entonces ya nada podría hacerme desgraciado... Te ruego me enseñes a unirme a ti, para que tú solo me bastes y lo mismo sean ya para mí aflicciones y reveses, que éxitos y consuelos.

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