27 DE ENERO

 SAN JUAN CRISÓSTOMO, DOCTOR DE LA IGLESIA

Este santo Doctor, a quien los mismos paganos consideraban como el más grande orador de su época, fue modelo de siervos de Dios y regla viva del clero. Estando en Antioquía, llevaba consigo por las sendas de la PERFECCIÓN a cuantos le escuchaban y conocían su santa vida. Su palabra, sencilla y sin artificio, robaba los corazones.

Cuánto celo desplegó siendo arzobispo de Constantinopla para lograr la REFORMA de todas las clases de la sociedad. Amaba a su pueblo con ternura paternal y era amado sinceramente por el pueblo, no sirviéndose del ascendiente que sobre él tenía más que para alejarle del mal y conducirle a la virtud. Multitud de paganos y de herejes, atraídos por el encanto de su elocuencia, recibió el premio de la fe al escuchar sus sermones. Los muchachos y muchachas, tan solícitos hasta entonces por asistir a los espectáculos, venían en masa para recibir de su pastor el pan de la buena doctrina. Tan verdad es que el celo animado de CARIDAD es el secreto de la persuasiva elocuencia, de esa elocuencia que atrae los corazones hacia Dios. Cuántos abusos desaparecieron gracias a la palabra del santo pontífice. Cuántos espíritus alumbró; a cuántos fieles condujo por los caminos de la sólida piedad. No se podrían contar los abundantes frutos que recogió en la capital del imperio en aquellos mismos días en que la envidia y otras malas pasiones se desencadenaban contra él.

¡Oh Jesús! Qué grande es el poder de tu amor, de ese amor con que inflamas los corazones en la ORACIÓN y que se alimenta de sacrificio y ABNEGACIÓN. ¡Ah! Si yo tuviera solo una chispa de ese amor, ¿no aborrecería todo lo que a ti te disgusta? Entonces, mi única pena sería el pecado y mi único consuelo tu contento. "Si alguno de vosotros, decía San Juan Crisóstomo hablando con su pueblo, ha ofendido a Dios, siento por ello tal dolor que no me abandona ni en el sueño: por el contrario, cuando me cuentan algo bueno de vosotros, me siento tan ligero como si tuviera alas."

¿Participamos nosotros de tales sentimientos cuando se trata de Jesús y de las almas que fueron redimidas por su sangre preciosísima? Al examinar la conciencia, ¿no encontramos quizá, que el egoísmo del interés y la satisfacción es el móvil principal de nuestros deseos, palabras, obras y proyectos? Este debe ser, Jesús mío, el motivo de mi desgana en molestarme, cansarme, dedicarme y prodigarme en tu servicio y en el de mi prójimo. Dígnate, Dios mío, te lo suplico, remediar en mi esta falta de generosidad, de caridad, de abnegación.

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