29 DE ENERO

SAN FRANCISCO DE SALES, DOCTOR DE LA IGLESIA

Aunque San Francisco practicó todas las virtudes de manera heroica, la dulzura fue su virtud característica. Íntimamente unido con él, San Vicente de Paúl asegura no haber nunca conocido hombre más dulce que él en la tierra, y le consideraba como la VIVA IMAGEN del Salvador, conversando entre los hombres. Francisco, en efecto, tenía siempre la sonrisa en los labios; su aspecto, palabras y modales dejaban traslucir su mansedumbre y su caridad. Amable con todo el mundo, sin exceptuar a nadie, tenía costumbre de decir que la dulzura debe practicarse siempre, en todas partes y con todas las personas. Este era el motivo por el que se hacía tanto amar, convirtiendo con su bondad a los pecadores y atrayendo las almas hacia Dios.

No existe nada en el mundo más capaz de GANAR UN CORAZÓN que la dulzura, pues no hay quien resista a un amable exterior, a una bondadosa mirada, a un semblante tranquilo y a un corazón cariñoso que quiere ayudar y consolar. "Todo en la vida, decía el santo, debe lograrse a fuerza de dulzura y nada por la violencia. Hay que atraer a las almas al modo de los perfumes, o sea: penetrándolas suavemente. La aspereza todo lo estropea y cierra los corazones, engendrando en ellos el odio y la terquedad."

Nos engañaríamos al creer que la dulzura era natural al temperamento de Francisco. De genio vivo y ardientes pasiones, tuvo que vigilarse mucho y hacerse GRAN VIOLENCIA para llegar a la santidad. Confesaba que había tenido que ejercitar la paciencia durante veinticuatro años, y que muchas veces había tenido que luchar sujetándose el corazón con ambas manos. Es, pues, inútil que pretendamos excusarnos de nuestras brusquedades, arrebatos, dureza e impaciencias, alegando la viveza de nuestro temperamento. "Los santos no nacieron virtuosos, dice San Juan Crisóstomo, sino que llegaron a serlo mediante sus esfuerzos y ayudados por la gracia."

¡Oh Dios mío! Por intercesión de San Francisco de Sales, forma tú mismo mi corazón como formaste el suyo, a imagen y semejanza del Corazón de Jesús. Infúndeme sus sentimientos de bondad, dulzura, condescendencia, compasión y abnegación, dándome la fuerza necesaria para ejercitar la mansedumbre, precisamente con aquellas personas que me son más antipáticas y cuyos defectos me son más difíciles de soportar.

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