6 DE ENERO

MISTERIO DE LA EPIFANÍA

"Levántate, Jerusalén, Iglesia de Dios, exclama el Profeta, resplandece con tu claridad, porque he aquí que las naciones marcharán en pos de tu luz y los reyes al resplandor de tu aurora. Vendrán de Madián y de Efra, vendrán de Sabá trayéndote incienso y oro, y en tu seno publicarán las alabanzas al Señor (Is. 60, 6)."

De esta manera nos anuncia el Espíritu Santo la conversión de los gentiles.

Todos los pueblos, a excepción del pueblo Judío, estaban sumidos en las tinieblas de la idolatría. Adoraban demonios, divinizaban los vicios, y de este modo se hundían cada día más en tantos groseros errores, en la inmoralidad más repelente y en una crueldad que igualaba su depravación, aun en aquellos pueblos que se decían más civilizados. Por eso canta el Profeta con tan santo entusiasmo la vuelta al camino de la verdad de tantos extraviados, de quienes los Reyes Magos son como las PRIMICIAS. Representan, según Santo Tomás, la universalidad de las naciones, y su número de tres simboliza la descendencia de los tres hijos de Noé. En esta fiesta celebra la Iglesia de un modo especial la conversión de los gentiles, que los Santos Reyes inauguraron.

Alegrémonos con la Iglesia del BENEFICIO INSIGNE DE LA FE, sin el cual seriamos aún paganos, esclavos del infierno y de todas las pasiones. ¡Cuánto no debemos a esta hermosa luz, recibida en el bautismo! Ella nos revela los misterios de la vida eterna, nos hace conocer la inmensidad de la grandeza de Dios, la fealdad del pecado, la belleza de la virtud; nos hace ver dónde está el origen del mal, de la concupiscencia, del dolor y de la muerte, y nos señala como remedio de estos males la Redención y la Iglesia establecida por Jesucristo. -Sin la fe, quedaríamos a oscuras y privados de la vida sobrenatural. Por el contrario, con la luz de la fe nuestra inteligencia se une a la Sabiduría increada, nuestro corazón se diviniza lleno de gracia y de amor, y nuestra voluntad, identificada con la de Dios, gusta de una paz tan solo comparable a un eterno festín, en expresión del Espíritu Santo.

¡Adorable Niño de Belén! Yo te agradezco con toda mi alma el don precioso de la fe, y quiero siempre conducirme siguiendo sus divinas inspiraciones, ejercitándome de un modo especial en la práctica: 1º de la PIEDAD, para que todas mis meditaciones, comuniones, lecturas y oraciones sean hechas con respeto, atención y devoción; 2º de la OBEDIENCIA y de la CARIDAD, para descubrir tu divina persona en la de mis superiores, iguales e inferiores; 3º de la PACIENCIA, abrazando las pruebas, como excelente medio de morir a mí mismo y consagrarme todo a ti.

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