DOMINGO ENTRE CIRCUNCISIÓN Y EPIFANÍA

 EL NOMBRE DE JESÚS (2)

¡En qué estado tan lamentable y triste estaba EL MUNDO antes de la venida del Salvador! Los hombres ignoraban sus deberes, su vida futura, no conocían a Dios; a excepción del pueblo judío, todas las demás naciones estaban hundidas en el más grosero paganismo. Las nueve décimas partes de la humanidad gemían bajo el yugo de la esclavitud. ¡Qué pequeño era el número de las almas que se salvaban! ¿Cómo pudieron desaparecer tan densísimas tinieblas? ¿Cómo fue inaugurado el reinado de la castidad, de la caridad y de la piedad? Por el nombre de Jesús. Los Apóstoles no sabían predicar más que a Jesús y a Jesús crucificado (1 Cor. 1, 23).

¡Oh Adorable Salvador! Lo que es tu nombre para el mundo entero, lo es en especial para cada uno de nosotros. Cuántas veces nuestra alma se llena de las más densas tinieblas, y cuántas veces SATANÁS enciende en nuestro corazón el incendio de las malas pasiones, haciendo brillar ante nuestros ojos el espejuelo de los bienes y placeres terrenales, y, lo mismo que te habló a ti, nos habla a nosotros, diciéndonos: "Todas estas cosas te daré si, postrándote delante de mí, me adoras (Mat. 4, 9)." Como  una fiera en acecho, aguarda el momento propicio para caer sobre nosotros. Para salvarnos de su furor invocaremos tu Nombre. ¡Oh Jesús todopoderoso! "Quien invoque el nombre del Señor, dice el Apóstol, será salvo (Rom. 10, 13)." Y San Pedro añade: "No hay otro nombre que pueda asegurar nuestra salvación (Hechos 4, 12)." Corroborando San Alfonso María de Ligorio estos testimonios, dice: "La experiencia demuestra que aquellos que con frecuencia invocan el Nombre de Jesús son fortalecidos en el combate y siempre resultan vencedores (Discurso del Nombre de Jesús)."

Pero, aunque el infierno nos dejase tranquilos, la fragilidad de nuestro corazón sería causa suficiente para precipitarnos en los más graves desórdenes. Felizmente, se nos da con el nombre de Jesús un alimento espiritual que nos fortifica. Al recordarnos las humillaciones de nuestro Redentor nos da fuerzas para humillar nuestro espíritu, huir de las vanidades mundanas y soportar con paciencia los desprecios y las ofensas. El nombre de Jesús, al despertar en nosotros el recuerdo de las privaciones que padeció el Niño Dios y los sufrimientos del Señor en la Cruz, nos anima a imitar su desprendimiento y su paciencia. "Nada como este Nombre, dice San Bernardo, reprime el ímpetu de la cólera y la hinchazón del orgullo, nada cura mejor las heridas de la envidia y nada enfrena con más fuerza los excesos de la lujuria."

Tomemos la firme resolución de invocar este Nombre en todas las tentaciones: 1º en las tentaciones contra la fe, volviendo la espalda al tentador, para no discutir con él; 2º en las tentaciones contra la esperanza, para con este Nombre recordar el poder, la bondad y la fidelidad de Dios en el cumplimiento de sus promesas; 3º en las tentaciones contra la caridad, para que el Señor nos ayude en la suya infinita a resistir con fortaleza todas las sugestiones del mundo, del infierno y de las pasiones. -¡Oh Jesús, Redentor mío! Haz que todas mis acciones sean hechas en ti, por ti y para ti,  para de esta manera unirme enteramente a ti.

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