15 DE FEBRERO

 LA SAGRADA EUCARISTÍA

¡Qué don tan magnífico es el de la Eucaristía! ¿QUIÉN ES el que se ha hecho prisionero en nuestras iglesias? ¿Es acaso un ángel, un querubín, un serafín? ¿Es quizá el más alto y el más noble entre los príncipes de la milicia celestial? No, es su Jefe, su Soberano, su Creador..., "el cual es imagen perfecta de Dios invisible, dijo San Pablo, engendrado desde la eternidad antes que toda criatura, pues por él fueron criadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles: Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades, todas las cosas fueron criadas por él y por él subsisten (Col. 1, 15-17)." Y precisamente este Dios encarnado es quien reside entre nosotros en su divino Sacramento.

Si este beneficio de infinito valor nos hubiese sido concedido tan solo durante UNA HORA, deberíamos a Dios eterno agradecimiento por habitar una hora con nosotros, por haberse convertido durante una hora en nuestra víctima y alimento. Aun entonces exclamaríamos llenos de asombro: ¡qué inmenso prodigio! -Pero ¿Qué podemos decir al ver que nuestro amantísimo Redentor en su bondad sin límites se da a nosotros, sin restricción, hasta la CONSUMACIÓN de los siglos? (Mat. 28, 20). Sí, aunque parezca imposible, se da a nosotros hasta el fin del mundo. Jesús en la Eucaristía será siempre nuestro Amigo, nuestro Abogado, nuestro Padre, y todos los días se ofrecerá por nosotros en millares de altares, y nos alimentará con su cuerpo y con su sangre.

Adán fue echado del paraíso terrenal por comer del fruto prohibido, origen de la muerte. Nosotros nos salvaremos si comemos dignamente del fruto del ARBOL DE LA VIDA, conservado en nuestros tabernáculos (Jn. 6, 55). "Quien come mi carne y bebe mi sangre, dice el Señor, tendrá vida eterna y yo le resucitaré en el último día (Jn. 6, 49-60)." Don sublime o inapreciable, don de Dios mismo sacramentado, ¿Cómo podríamos olvidarnos de ti...?

¿Sabemos agradecer debidamente beneficio tan inmenso? ¿Lo hacemos provechoso para el alma, con nuestro respeto en el templo, asiduidad en visitar a Jesús sacramentado y constancia en asistir diariamente devotos al divino sacrificio de la Misa?

Salvador mío, mi tesoro y mi vida, haz que te ame con todo mi corazón en tu adorable y augusto Sacramento; que tu dulce recuerdo me ocupe día y noche, que por él me sienta impulsado a reparar sin tardanza, con fervientes actos de devoción, las ofensas que se cometen en estos días de desorden y pecado. Para lograrlo me propongo: 1º hacer frecuentes comuniones espirituales con que apretar aún más los lazos que me unen a ti; 2º ofrecerte todos los homenajes que se te rinden, sobre todo en estos días, para obtener la conversión de los pecadores y la perseverancia de los justos

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