2 DE FEBRERO

 FIESTA DE LA PURIFICACIÓN DE NUESTRA SEÑORA

Para darnos a entender la gran parte que la Virgen Santísima tomó en el misterio de nuestra Redención, el Señor hizo depender la Encarnación del Verbo del consentimiento de María, pidiéndoselo por el ángel Gabriel. Y en este día, ¿Qué exige Dios de ella? Que le presente en propias manos a su divino Hijo; y no a la manera de las otras madres, que le presentaban a los suyos únicamente para reconocer su soberano dominio sobre el género humano, sino  para ofrendarle a su Jesús como única VÍCTIMA capaz de expiar los pecados. En esta circunstancia tan solemne era, en efectos, necesario que la voluntad de la Madre fuera unida  a la del Hijo, y que el sacrificio anticipado, ofrecido en el Templo por la bienaventurada  Virgen, fuera en todo semejante a aquél que habría de ofrecerle un día sobre el Calvario, en el que podrían contemplarse dos víctimas, inmolándose con un mismo corazón por la gloria del Padre celestial y el interés de nuestras almas.

Inspirada por el Espíritu Santo, la Madre se encaminó a Jerusalén llevando en sus brazos al Niño Jesús. Y cuando hubo llegado penetró en el Templo, se acercó al altar y allí, toda llena de humildad y de DEVOCIÓN, consagró su Hijo al Padre celestial y aceptó verle un día agonizar en el tormento. Desde aquel instante, como dijo San Epifanio, María, oficiando de sacerdote, no dejó nunca de renovar su sacrificio, el sacrificio del único objeto de un amor que sobrepujaba al de los serafines y santos del cielo.

¡Sublime abnegación de la más santa de todas las criaturas, que claramente nos hace ver nuestro EGOÍSMO repugnante! Nos aferramos a nuestras ideas y al capricho de nuestra voluntad, mientras que la Virgen Madre inmola sus más tiernos y legítimos cariños. Dios quiere que Jesús muera un día en la Cruz, y María no tiene ni la sombra de pensamiento opuesta a la voluntad divina. si el Padre lo quiere, ella lo quiere también. ¡Qué maravilloso renunciamiento! -Detengámonos un momento y veamos cuánto tiempo hace que el Señor nos pide el sacrificio de tal o cual defecto, de cierto apego, de determinada pasión; de algún deseo, costumbre, inclinación, sin haber aún logrado que lo hagamos. Perdurando siempre en nosotros las mismas repugnancias a obedecer, el mismo espíritu de crítica y de murmuración, la misma disipación, que nos hace salir de nosotros mismos e induce a llevar una vida poco interior, sin espíritu de fe, de oración, de recogimiento, que tanto necesitamos.

¡Dios mío! No me dejes vacilar más; haz que terminen de una vez todas estas indecisiones mías, que me detienen en el camino de la virtud. Y haz que, a ejemplo de Jesús y de María, me entregue prontamente -sin la menor resistencia- y para siempre a tu divino beneplácito.

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