8 DE FEBRERO

 EFICACIA DE LA PALABRA DE DIOS

El Señor, con su palabra, hizo salir DE LA NADA cuanto existe. Con su palabra sostiene el equilibrio y el orden maravilloso de la creación. Y si esto es lo que acontece en el mundo de la naturaleza; ¡Cuánto será el poder de la palabra divina en el mundo de la gracia, en el mundo sobrenatural, que está colocado tan por encima del mundo de la naturaleza! El Verbo se hizo carne en las purísimas entrañas de la Virgen, cuando María consintió en ello, dando al arcángel Gabriel su admirable respuesta: Fiat mihi secundum verbum tuum. El éxito del Evangelio, confirmado por los milagros realizados por el Señor y después por sus discípulos, es fruto de la divina palabra. La Iglesia, desde hace más de veinte siglos, sigue enseñando esta misma palabra a todas las naciones y derrama por ella la luz de la fe hasta los últimos confines de la tierra. La voz de los sucesores de Pedro y la autoridad de los Concilios confirma el credo de los fieles. En las cátedras de la Verdad no se cesa de instruir en ella a las almas, y los que ejercen el ministerio sagrado las exhortan y dirigen según la doctrina que recibieron del Salvador y que conservó intacta la Iglesia Católica, regida por el Espíritu Santo.

Pero no son solamente las enseñanzas de la Iglesia lo que nos demuestra la eficacia de la palabra divina, son también sus SACRAMENTOS: por el Bautismo, y en virtud de la palabra divina, somos redimidos de nuestra condición de esclavos de Satanás y elevados a la altísima dignidad de hijos de Dios; por la Penitencia, la palabra divina nos devuelve la gracia que el pecado nos había arrebatado, salvándonos así de los suplicios eternos y restituyéndonos el derecho de gozar algún día de la herencia de los santos; por la Confirmación, la palabra divina nos hace soldados de Cristo, nos arma para la lucha contra el enemigo, y al ungirnos con el crisma salvador nos fortalece y nos consagra para el martirio. También por efecto todopoderoso de la palabra de Dios, el pan y el vino en la consagración se convierten en el cuerpo y en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, causa de la más portentosa de todas las maravillas, por la cual Dios habita entre nosotros, por nosotros se inmola y se hace nuestro alimento hasta la consumación de los siglos. ¡Cuán fecunda es la palabra divina! y en eficacia mayor aún que la que fue pronunciada para la creación del mundo, ya que nos proporciona más que millares de mundos al entregarnos a Dios prisionero de amor, víctima y alimento de nuestras almas. La palabra divina en la Ordenación nos da al sacerdote, instrumento humano de tantos prodigios; y bendice al Matrimonio cristiano, que procreará, para gloria de Dios, seres destinados a la santificación o a ser conducidos por el camino de la eterna bienaventuranza; esta misma palabra divina nos acompaña y nos bendice en nuestros últimos momentos, cuando estamos en los umbrales del tribunal de Dios, y nos anima y consuela en la Extremaunción, cuando nos ayuda a franquear el paso difícil del tiempo a la eternidad. ¡Oh Jesús no permitas que lea o escuche tu doctrina por un sentimiento de vana curiosidad! Inspírame entonces un sincero deseo de perfección; que tus máximas divinas me consuman como fuego sagrado y destruyan todo lo que en mí no sea tuyo, ni de tu gusto, ni para ti.

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